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Una escena significativa. Por Victoria Petersen

Obra de Banksy a propósito del COVID

Ese día el cielo no era azul, azul como a él le gustaba. Era gris

En aquel entonces los días tenían el mismo color. La vida era en tonos de grises, como las cortinas de esa habitación y las paredes. Que al principio parecían ser blancas. Pero déjenme decirles, que no deben dejarse engañar por el blanco, si uno pasa demasiado tiempo mirando paredes blancas, como yo hacía en esa época, se darán cuenta de que en verdad son plenamente grises

O tal vez solo son los hospitales los que tienen ese fenómeno en las paredes, no lo sé.

Ese día no tenía nada de especial. No recuerdo muy bien si fui al colegio o no. Iba poco al colegio, por suerte las maestras hacían la vista gorda conmigo, tal vez por pena, tal vez por compasión, no estoy segura. El cáncer suele tener ese efecto en las personas. Igualmente, ¿qué diferencia hay entre las dos cosas? 

Por la tarde me encontré entre esas paredes de nuevo, una visita más de tantas. Aunque nunca sabía si sería la última. Él estaba ahí, en la misma posición de siempre, acostado, el amarillo de su piel era lo único colorido en esa habitación, la bilirrubina ya había tomado la mayor parte de su cuerpo

Me vio en la puerta y me sonrió, siempre me sonreía. Feliz cumpleaños, me dijo. Me acerqué a la camilla y lo abracé. Tomé su mano y la acaricié, teníamos las mismas manos. Había comprado una porción de torta; mejor dicho, le había pedido a alguien que la comprara, él no podía caminar más que el largo del pasillo

Entre esas cuatro paredes grises, encendimos una velita, y entre lágrimas y suspiros, me despedí del último año de vida que pasé con mi papá.

¡Ring! sonó el timbre. Miré el celular, 00hs. Ya sabía que era ella, siempre era ella. Tenía esa particularidad. Siempre se las arreglaba para hacerse presente. Incluso en esa misma fecha, hacía trescientos sesenta y cinco días, había cruzado el Atlántico para estar conmigo a las 00hs también

Atendí el portero eléctrico y escuché su voz al otro lado. Se escuchaba alegre, un poco cansada. Todos estábamos en nuestras casas hacía semanas, pero ella no, ella iba todos los días al trabajo, no faltaba a eso tampoco.

Tomé las llaves, abrí la puerta, el ascensor llegó y me subí. Apreté el botón de planta baja

Qué extraño cómo a veces esos minutos, segundos, o siete pisos en el ascensor pueden ser tan largos como un viaje en avión, eterno y lleno de ansiedad. Me miré en el espejo. Busqué signos de envejecimiento, alguna cana o alguna línea en la cara, nada aún. Los veinticuatro me reciben igual que siempre. Siempre e igual, son dos palabras que definen bastante estos días. Supongo que vivir encerrados tiene ese efecto estático

Abrí la puerta del ascensor, la cerré a toda prisa, giré y ahí estaba ella. Parada detrás del cristal de la puerta de entrada, enfundada en una campera porque ya a fines de abril comienzan las noches frescas, con una sonrisa y un globo de helio. Sí, un globo de helio. Tenía escrito ¡Feliz cumpleaños! en letras abrillantadas. No me pregunten cómo consiguió un globo de helio en plena cuarentena. Supongo que así como siempre se las arreglaba para estar cerca, también se las arreglaba para hacer esas cosas, tal vez es algún superpoder de las mamás, andá a saber… abrí la puerta y a dos metros de distancia nos abrazamos más fuerte que nunca.

Lo que leyeron es un ejercicio que escribí para la facultad esta semana. El primer trabajo práctico de la cursada virtual. La consigna era narrar una o dos escenas significativas de nuestra vida en no más de doscientas cincuenta palabras. ¿Cómo podría resumir algo así en tan pocas palabras? fue mi primer pensamiento. Ahora me doy cuenta de que el valor de los momentos jamás podría estar determinado por su extensión.

En Oda a la edad, Pablo Neruda escribió que la vida no debería ser medida en algo tan banal como el tiempo, ya que la vida es mucho más que eso. Dijo que no deberíamos usar medida alguna, más que los pájaros que pasaron volando, las flores que olimos y el agua que bebimos. 

Creo yo, que se refería a que los momentos, aunque éstos sean tan breves como el aleteo de un colibrí, son la única medida significativa.

Hace unos cuantos años sorprendí a mi papá en el hospital para festejar el que sería mi último cumpleaños con él. Este año, hace dos semanas, mi mamá me sorprendió a mí para festejarlo en medio de la cuarentena. En ambas ocasiones me vi impedida de celebrarlo de la manera «tradicional».

El por qué elegí esas escenas teniendo tantos otros recuerdos más felices, no lo sé. Dicen que la memoria es selectiva y con los años me he dado cuenta de que no solo lo es con lo que elige recordar, sino también con el cuándo. 

Supongo que en medio de esta incertidumbre, ambos me recuerdan que en los momentos más duros, una sonrisa y unas letras abrillantadas pueden traer inmensa alegría, incluso si el mundo parece haberse apagado. Tal vez son un poco melancólicos, ¿pero qué momento significativo no lo es?

La lección inesperada que obtuve de una simple tarea es que, buenas o malas, la vida no es más que un conjunto de escenas significativas. El tiempo, los hospitales o las cuarentenas no pueden cambiar eso.

Les recomiendo este ejercicio para estos días de encierro entre paredes blancas que parecen tornarse grises.Siempre hay algo bueno para recordar.

Victoria Petersen, sus amigos la llaman Vi. Es Argentina y tiene 24 años. Desde chica le gusta sumergirse en los libros porque «en las palabras encuentro que la vida puede ser mucho más larga». Actualmente es estudiante de la carrera Artes de la Escritura, en la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires. «Escribo para pintar lo que siento, para entender lo que pienso y para reflejar mi amor por la vida.  Disfruto la escritura en castellano y en inglés». Pueden encontrar algunos de sus textos en el blog, https://vipetersen.wordpress.com./  y en diversas revistas. «¡Siempre estoy abierta a nuevas propuestas para seguir creciendo en lo que tanto me gusta!».

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