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Tres Relatos de Nieves Pascual

ERES LO QUE COMES

Francisco De Goya. Saturno devorando a su hijo, 1823

El padre, la madre y la hija gigantes se sentaron a la mesa a disfrutar de su inhumana cena. Inhumana porque consistía en carne humana. Delante de ellos había tres platos gigantes.

El más grande era del padre quien, con apetito voraz, comía con las manos llevándose un puñado de cuerpos a la boca. Casi sin masticar, los deglutía con fruición.

El mediano era de la madre. De apetito también titánico, pero más delicado, la giganta usaba el tenedor. Pinchaba cuerpo a cuerpo por la barriga, los masticaba con elegancia y luego se limpiaba las comisuras de su boca gigantesca con una servilleta colosal.

El más pequeño era de la niña Adela. Adela era una niña difícil para comer.

—¿Quieres dejar de separar la comida? —le regañó la madre. Su voz sonó como un trueno.

—Pero, mamá, son diferentes. Ester y Juan solo comían platos gourmet. Eva y Andrés no tenían paladar y comían muchos fritos. Lola y Bernardo eran fanáticos de los alimentos orgánicos. Jaime y María eran ovolactovegetarianos. Raúl y Miguel carnívoros estrictos. ¡No pueden tocarse!

—Pues yo no le veo problema si se lo come todo —gruñó el padre con la boca llena. La sangre le corría por la barbilla.

—Claro, pero es que la niña siempre se deja las verduras —dijo la madre, plegando la servilleta en el regazo.

Para darle el gusto a su madre Adela se lo comió todo. Bien es verdad que se dejó a Jaime y María para lo último.

SUPERPODERES INCONVENIENTES

El hombre, que estaba hecho una furia, agarró con fuerza el teléfono y llamó al centro de ayuda.

—Control de ira Los Renacidos, ¿dígame?

—Esa idiota me ha vuelto a dejar y esta vez se ha llevado a la niña. Es que la cogía y le daba una… —gritó el hombre levantando el puño.

—Entiendo, señor. ¿Qué prefiere? ¿hombre o mujer, niño o niña, abuelo o abuela? También tenemos perros, gatos, conejos, ratas, de ambos sexos y monos.

—¡Por Dios bendito, un hombre! —gritó el hombre agitando el puño en el aire—. Pero no me manden al del otro día que se me murió con nada.

El operador entonces tomó nota del nombre, comprobó la dirección y el número de tarjeta. Dijo:

—Ya sabe que se abona al terminar el servicio.

—¿Cuánto tarda?

—Aproximadamente media hora. Puede que incluso menos. Gracias por confiar en nosotros.

A la media hora uno de los renacidos se presentó en el domicilio del hombre. Entró y dejó su bandolera sobre una silla. Enseguida el hombre se lio a golpes con él. Le reventó la nariz, le partió la boca, le propinó un derechazo en el mentón, le fracturó las costillas, le pateó los genitales y le estranguló la garganta hasta matarlo. El renacido cayó al suelo. Al rato resucitó con el cuerpo todo dolorido. De la bandolera sacó una toalla para contener el río de sangre que le bajaba de la nariz y luego el lector de tarjetas. Cobró al hombre y se marchó a su casa con su esposa.

Su mujer dejó de preparar la cena cuando lo vio amoratado y ensangrentado. Con un paño frío le lavaba la cara en el baño.

—No sé. Lo de resucitar está muy bien, pero hay otros en la empresa que renacen con un cuerpo nuevo. Esto de renacer en el mismo cuerpo es penoso —dijo él.

—Lo sé, cariño, pero es un trabajo y necesitamos el dinero… Pues eso —dijo ella.

—Pues eso.

EL PLANETA SE MUERE

—¿Para qué esa zanja? —preguntó la mujer desde la puerta de la cocina. Llevaba el delantal puesto.

—El planeta se muere. Han dicho en la tele que en treinta días nos quedamos sin planeta.

—¿Y crees que un hoyo te va a salvar? Si el planeta se va al carajo, tú y tu hoy os vais con él. ¡Mira cómo estás dejando el huerto!

—¿Para qué es esa zanja? —preguntó la hermana de la mujer asomada a la ventana.

—Dice que ha oído en la tele que el plantea se muere.

La hermana de la mujer se echó a reír.

—El planeta siempre se está muriendo. ¿Desde cuándo se cree uno todo lo que dicen por la tele?

—¡Herminia! —gritó la madre de la mujer desde el interior. Ven a echarle una mano a tu tía que no se puede levantar.

La mujer entró y el hombre siguió cavando. Bien entrada la noche cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y cavó toda la jornada siguiente. Así, día tras día, hasta que terminó la zanja. Luego techó el agujero, dejando un hueco para descender. Colocó una trampilla, fijó unas escaleras y lo insonorizó para no oír la debacle. Su determinación convenció a las mujeres de que el fin estaba cerca. 

A los treinta días dijo: 

—Ya es la hora. 

Luego repitió a las cuatro mujeres que bajaran despacio.

Antes de entrar a la zanja corrió a la cocina y abrió el frigo. Y entonces por la tele dijeron:

—El planeta se muere, pero los estudiosos aseguran que va a tardar un tiempo. Ha sido una falsa alarma. Gracias a…

El hombre cerró el frigo y caminó al garaje. Volvió a la zanja. Selló la trampilla y lo cubrió todo de tierra. Después pensó que era marzo y sembraría unos garbanzos.

Nieves Pascual Soler (Almería, España, 1966). Catedrática acreditada de Filología Inglesa. Enseña online para la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Valencia. Ha publicado múltiples ensayos y libros de carácter académico. Autora de: A Critical Study of Female Culinary Detective Stories: Murder by Cookbook (2009), Hungering as Symbolic Language (2011) y Food and Masculinity in Contemporary Autobiographies (2018). Co-editora de: Rethinking Chicana/o Literature Through Food: Postnational Appetites (2013), Comidas bastardas. Gastronomía, Tradición e Identidad en América Latina (2013), Traces of Aging: Old Age and Memory in Contemporary Narrative (2016), Cartografía del limbo. Devenires literarios de La Habana a Buenos Aires (2017) y Pasión Caníbal (2018). Sus relatos han visto la luz en diversas revistas de creación literaria (Baquiana, BrevillaPrimera página, Letralia, MicroscopíasAsparkía, Relatos sin Contrato, SinFín, Palabrerías)Desde 2016 reside en los Estados Unidos.

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