Tannhäuser. Un relato de Ximo Rochera
Tannhäuser, La entropía de los relojes rotos, ediciones canibaal, 2018
Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Esta frase tintineaba entre sus neuronas provocando un efecto efervescente. Parecía la típica frase de película, pero Hauer ni tan siquiera recordaba que éste fuera su nombre, así que difícilmente podía hacerlo con el de una película o una solitaria frase.
Hauer, a veces, evocaba en los sueños el recuerdo de su pasado, pero la evanescencia de esas imágenes le hacía dudar de su autenticidad. Tenía la sensación de estar permanentemente soñando. Y eso le dolía. No había dejado de hacer esfuerzos por huir de su onirismo. La infructuosa batalla interior se reflejaba en su cara. La expresión de su rostro era la de alguien que está sufriendo.
No recordaba haber realizado ninguna actividad en mucho tiempo. Sólo podía percibir el presente. Creía estar tumbado y debía ser así porque únicamente veía luz. Abría y cerraba los ojos, apretaba fuerte los párpados y la sensación lumínica que percibía era la misma. Intentaba ponerse en pie, si es que estaba tumbado. Nada en él respondía como le hubiese gustado. Hauer estaba derrotado y la frase golpeaba contra su frente para escapar y ser sonorizada. Escucharla le hubiese ayudado.
Podía notar cómo las gotas de sudor le escurrían por la frente, humedeciendo el pelo y metiéndose en los ojos. Le escocían. Tenía ganas de echarse a llorar. Alguna de esas gotas se aproximó lo suficiente a la boca para que alcanzase a capturarlas con la lengua. Eran saladas, quizá un poco ásperas. ¿Tendrían ese mismo sabor las lágrimas? Quería averiguarlo.
Todavía alcanzaba a recordar la lluvia chocando contra sus dientes. Se trataba de un repiqueteo insípido y doloroso. Una espesa niebla envolvía toda la estancia. Las luces se difuminaban entre las diminutas partículas de agua atomizada en el ambiente. Pensaba que la niebla, como la lluvia, es un estado interior. Ese pensamiento le hizo sentirse en paz. No luchar por incorporarse, por saborear, por escuchar una voz, la suya, que ya no recordaba. Por respirar.
Exhaló su último aliento decidido a que los postreros sueños salieran con él. También la maldita frase.
Cerró los ojos. Justo en ese momento presioné la tecla que le conferiría a Hauer una nueva vida. Nuevos recuerdos que hiciesen olvidar su tormentoso pasado. Tan solo fueron unos minutos, después despertó. Unas insignificantes lágrimas fluyeron de sus vidriosos ojos azules precipitándose en el vacío. Movió su mano hacia la cara. Con su dedo índice persiguió una gota hasta que la aplastó contra su piel. Llevó su dedo a la boca y me sonrió enseñando sus blancos dientes.