El Evangelio según Eva. Por Ana María Fuster Lavín
«soy el grito de mi propia sangre
libre, renací mujer de mí misma
y reescribo mi cuerpo»
–grafiti leído en un sueño
Sangre de mujer
Mensualmente iba a la misma carnicería. Compraba un litro de sangre, vaca o cerdo, pero al chismoso carnicero comenzó a parecerle sospechoso. Se lo comentó a su esposa. Meses después colocaron, en la entrada de la carnicería, un crucifijo con un collar de ajos. Por lo bajito, lo escuché cuchichear “esa mujer es vampira”. Se voltearon a mirarme.
Decidí cambiar a una botica donde vendían sangre sintética. Al cuarto mes, el guardia de la entrada le dijo a la dependienta “esa mujer debe ser bruja”, se persignó y me pidió que comprara en otro negocio. Recordé aquella vez en la universidad, cuando le pregunté a mi compañera de habitación cuándo le bajaba la regla. Tiempo después me descubrió llevándome unas compresas usadas de su papelera. La escuché decirle a su novia que yo lamía su sangre. En ese momento salí del baño: “¡Están locas! ¿Leyeron la Condesa Sangrienta de Pizarnik?” Me escucharon aterrorizadas y su novia me gritó “tú eres la famosa asesina serial de Santurce, hablaron de ti en la radio”. Me mudé sola.
Últimamente, mi suegra sospecha de mí. Escucha la tele y dispara comentarios hirientes: “una mujer que no ha parido a esa edad, no es mujer”, “¿qué nunca ha menstruado? Será un macho vestido de mujer…”. Por eso, ensangriento mensualmente tampones y compresas; además, salpico mi ropa interior. Una vez al año me vierto sangre entre las piernas, simulando un aborto espontáneo. Al menos no me acusarán de no ser mujer.
El Evangelio de Eva
Eva intuía haber vivido antes, también muerto y renacido. Esta vez solo surgió allí, deslumbrada, en una tierra cuarteada y seca. Intentó hablar. Solo le brotó un llanto. Arrastrándose alcanzó una roca, convirtiéndola en manantial de leche. Al día siguiente ya podía caminar. Al tercero, vio cómo a su paso retoñaban árboles frutales y pequeños animales. Cada jornada Eva evolucionaba seis meses humanos.
Al séptimo día, menstruó. El cielo tornaba violeta, anaranjado, azul, amarillo. Extendió sus brazos: ese caos quedó dividido en día y noche. Días después rescató dos criaturas amarradas. Describieron telepáticamente a su captor como semejante a ella, pero con una serpiente que salía de su entrepierna. Eva llegó ante el hombre, quien le dio la bienvenida, indicándole cuáles serían sus tareas, mientras su serpiente intentaba penetrarla. Eva la golpeó, desprendiéndose de la entrepierna masculina. Replicó qué no sería su esclava.
Cuarenta días. La tierra germinó una estructura enorme de aspecto vulvático. Tocó la suya. Eva avanzó hacia la estructura. Al entrar, también era cálida, húmeda. Escuchó voces, diversos idiomas, pero los entendía.
“Bienvenida a Matria”. Después del cálido recibimiento, Eva parió doce niñas, de diversas estirpes cósmicas. “Te esperábamos. Eres la vida prometida”. Dijeron, mientras su cuerpo se fundía con la nave por despegar. Al despertar, recobró su cuerpo, observó por la ventana cómo un enorme cometa impactaba la tierra. Sus hijas coreaban: “Eva, es tu turno”.
Jornadas después, llorosa, Eva fue envuelta en una sabanita y entregada a su ilusionada mamá.
Ser o no ser
Acariciaba a mi gato. A poca distancia mis padres discutían, mientras se vestían para salir. Para mí eran personajes que me mantenían en cautiverio. Siempre me sentí como espectadora ante mi familia y mis compañeros de clase. Por más que intente integrarme, observo la vida, solo viene y va, como si presenciara una obra teatral. Mi padre me miró asqueado, “siempre vestida como un machito, ningún hombre se fijará en ti”; y mamá, condescendiente, “no te apures puedes ser nene conmigo, pero respeta a tu papi”. Mi padre la golpeó, se viró hacia mí, “te llamas Eva, ya te bajó la menstruación, no lo ocultes, y pronto vas a la universidad, ya verás, le pediré a uno de mis amigos que traiga a su hijo y te dé placer, así se te quita eso”. Le expliqué nuevamente que soy un ser humano, ni nena ni nene, solo quiero crecer, estudiar literatura y publicar mis escritos, e independizarme. Respondió: “tú eres lo que yo diga, una mujercita que va a estudiar lo que yo diga, para eso pago las cuentas. Los libros te tienen así. Escribir es perder el tiempo”. Me golpeó fuertemente. Caí inconsciente.
Desperté en mi cama. No sé cuánto tiempo pasó ni cómo llegué a mi habitación. Me limpié la sangre. Luego los borré de mi libreta. Escribí: “nunca conocí a mis padres”. Cerré los ojos y al abrirlos, ya no estaban. Tal vez regresen, quizá no. Acaricié a mi gato y aplaudí.
Cuando recuerdes mi nombre…
Duermes. De vez en cuando me oyes. Soy el eco que peregrina entre tu pecho y sentimientos. Mi voz te pellizca justo donde no deseas recordar. Abres los ojos. Observas cómo Lucas, nuestro gato (sí, todavía nuestro) mira fijamente hacia la puerta abierta. Siempre te perturbó la idea de que los gatos ven sombras imperceptibles para los humanos. Un aroma me nombra, pero te avestruzas contra la almohada, convenciéndote de ser solo un sueño vívido. Intentas bloquear mi esencia con somníferos, pero el eco de mi voz junto al ronroneo felino jamaquea tus remordimientos. Nuevamente despiertas sin dar crédito ante mis huellas de sangre hacia la puerta. Recuerdas aquel día que reíste porque nos había vuelto a bajar la regla a la misma vez.
Sin embargo, en la noche te enojaste porque un chico me pagó un trago. Me gritaste sacándome del bar y guiaste borracha abofeteándome. Chocaste y del fuerte impacto me destrocé por dentro. No me llevaste al hospital, sino a casa. En la madrugada me levanté e intenté llegar a la sala. Dormías borracha cuando caí muerta por una hemorragia interna. Lucas, desesperado, intentaba despertarte maullando como ahora. Tu culpabilidad borró mi nombre de tu memoria, pero finamente me lloras: “¡Eva, te amo, perdóname!”. Levantas tus sábanas ensangrentadas. Te bajó la menstruación, mientras Lucas maúlla feliz siguiendo mi sombra. Sigues llorándome. No te apures, la próxima noche volveré por ti. Estaremos juntas para siempre en ese lugar que solo ven los gatos.
Los desplazadores
Sentíamos temor y rabia. Al asomarnos, nos temblaban las manos. El desplazador salió de nuestra antigua casa. Estaba solo y lo seguimos a distancia. Mientras caminaba escribía en su reloj-celular.
Los desplazadores habían llegado poco después del gran huracán. Sobornaron a políticos, adquirieron propiedades, envenenaron cultivos y subyugaron al pueblo. A quienes se revelaran, los sometían a experimentos y a la cámara de torturas químicas. Su nuevo régimen instauró la castración y esterilización. Todos sus trabajos se realizaban en aquel edificio que antiguamente fue el Capitolio legislativo. Tocaban un botón rojo, y quienes estaban cautivos dentro recibían distintos tipos de radiación y medicaciones. Finalmente esparcieron el gran virus que causó pérdida de la memoria, paulatinamente también de la menstruación, como a nosotras dos. A los sobrevivientes que no emigraron los desaparecieron en ese mismo lugar, que luego convirtieron en su centro de reuniones.
Quedamos algunos cientos escondidos subterráneamente, acostumbrándose; pero nosotras dos nos negamos a permanecer invisibles. Prometimos a todos que retomarían sus hogares. Antes de salir, la única anciana viva nos preguntó: “¿y si no queda nada para nosotros?” –Viejita, la libertad es una patria que nos quiere vivos. Ellos pensarán que ya no existimos. Al escuchar la sirena, ustedes salgan juntos hacía allá.
Seguimos al desplazador hasta aquel edificio, abrimos suavemente la puerta, los desplazadores estaban reunidos en pleno. Presionamos el botón rojo, sonó la alarma y sonreímos, mientras un flujo de sangre volvía a manar entre nuestros muslos. Comenzó la revolución.
La muñeca de Eva
Tres años después de ser entregada a mi tercera madre, vi manar sangre de entre sus piernas. Aterrada, pasé el pestillo de la entrada, bajé las persianas. Me abrazó. Mis lágrimas estrangulaban nuestro silencio, peor aún, me dejé mi única muñeca en el jardín. Ese capricho infantil humano patriarcal me hizo compañía y protegió en mis periodos entre “madres”. Ahora regresaba mi miedo a la soledad, y con nuevos desplazadores de cacería. Su misión era repoblar la isla, exclusivamente con los de su especie. Podían detectar a distancia la sangre de mujeres humanas fértiles. Escuchamos disparos y gritos. Debió ser nuestra única vecina humana libre, escondida durante la pandemia y exterminación.
No descubrieron la sangre menstrual de mi madre, pero se alejaron arrojando una lluvia de fuego. Sé que me buscan. También exterminan mutantes como yo. Mamá me explicó que posiblemente sea la última de mi especie. Me asomé. Mi muñeca continuaba en el jardín, pero más cerca de la casa. Me encontraba repentinamente adolorida, quizá llevaba demasiado tiempo sin alimentar “mi hambre”. Mamá me abrazó, susurrándome “estábamos a salvo, soy una reemplazante. Me programaron para menstruar una fórmula química inodora”. Miré entre mis muslos, fluía sangre desde mí. Dolía. Repentinamente escuchamos una ensordecedora explosión. Todo estaba destrozado, incluso los desplazadores estaban muertos. Entre los escombros yacía mamá. Me bañé con su sangre. Salí. Retoñaban hojas junto a mi muñeca protectora. Ambas nos miramos cómplices. Emprendimos el camino. Somos Eva, reescribiendo nuestro cuerpo y destino.
6.5 Microcuentos de Habitantes del silencio (libro inédito)
Ana María Fuster Lavín.
San Juan, Puerto Rico, 1967. Graduada de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Escritora, editora, correctora de textos y correctora legal, redactora de textos escolares y columnista de prensa cultural, también fue maestra de español y de música. Ha recibido diversos premios en los géneros de ensayo, cuento, microcuento y poesía. Su canal literario de YouTube es Mariposas Negras y su blog http://bocetosdeselene.blogspot.com/. Ha participado presencialmente en lecturas y performance de narrativa y poesía en Puerto Rico, México, España, Estados Unidos, Portugal y República Dominicana (además, virtualmente en distintos países). Su obra aparece publicada en diversas revistas y antologías en Puerto Rico e internacionalmente con traducciones al francés, portugués, italiano, inglés.
Ha publicado los libros de cuentos: Verdades caprichosas (2001), Mención de honor Instituto de Literatura Puertorriqueña; Réquiem (2005), 2do Lugar PEN Club Puerto Rico; Leyendas de misterio (Alfaguara Infantil, 2006); Bocetos de una ciudad silente (2007); Callejón de los gatos (2022), Premio Nacional de Cuentos PEN Internacional de Puerto Rico. Los poemarios: El libro de las sombras (2006), Mención de honor Instituto de Literatura Puertorriqueña; El cuerpo del delito (2009); El Eróscopo: daños colaterales de la poesía (2010); Tras la sombra de la Luna (2011); Última estación, Necrópolis (2018), Al otro lado, el puente (2018); Muro azul silencio (2022), y Cicatrices de la memoria (2023).Novelas: (In)somnio (2012), y Mariposas negras (2016).
Libros de Microcuentos: Carnaval de sangre (2015); [Cuestión de género], Carnaval de sangre 2 (2019) Premio Nacional del PEN Internacional de Puerto Rico, y La marejada de los muertos y otras pandemias (2020), Premio Nacional del PEN Internacional de Puerto Rico.