Con-vivencias urbanas: José Juan Gimeno. Por Ximo Rochera
«Hay ciudades, países, continentes, planetas también, donde uno no acaba de sentirse cómodo.
Y épocas donde ni siquiera nos es dado comenzar a hacerlo.»
Jesús García Cívico, Una casa holandesa, ego-aforismos en Word poemas con auto- reverse, ediciones canibaal, 2014.
Dar un paseo desde el barrio de Ruzafa hasta la c/Félix Pizcueta —donde me esperan Graciela de Vincenzi, propietaria de la galería Alba-Cabrera, y el pintor José Juan Gimeno— admirando los edificios, balcones y arquitecturas de la ciudad, sin prestar atención a las personas que se cruzan conmigo, es un buen anticipo de lo que me espera en el interior. Acaba uno sintiéndose cómodo.
La exposición Con-vivencias urbanas fue inaugurada el 26 de enero de 2017. El autor, José Juan Gimeno (Valencia, 1961) me guía acompañándome en los silencios que provoca la observación de su obra. La primera sensación es la evocación de un recuerdo fotográfico: la fotografía de Gerhard Richter, realizada en 1970 por Lothar Wallech, frente a una ventana. Y, sin embargo, la obra de Gimeno se caracteriza justamente por la ausencia de personas.
Ventanas, edificios, calles sin la presencia de sus moradores y visitantes como si hubiesen sido fotografiadas con la primitiva técnica estenopeica; esa que permite despojar las calles y plazas abarrotadas de transeúntes de cualquier presencia no estática.
Escribe el arquitecto Toyoo Ito (Seúl, 1941): «Siempre que se puede es mejor disimular un edificio. Pero no siempre se puede.». Coincide Gimeno en esta apreciación al proceder a disimular los edificios desprotegiéndolos de las personas, eliminando cualquier rastro que delate su existencia. Contemplar una de sus obras es como adentrarnos por las calles desiertas de Kangbushi, ciudad fantasma de China, en la que únicamente se observa movimiento en las ostentosas instalaciones gubernamentales (contraste entre lo público y lo privado). También estos contrates tienen una marcada importancia en la obra de José Juan Gimeno mostrándonos una mirada un tanto desconcertante y aterradora. Se trata de una obra muy pensada, también muy paseada y re-visitada, palabra, esta última, que nos gusta mucho en Canibaal. Las fachadas de los edificios de esas ciudades tendrían que resultar familiares, sin embargo tiene uno la sensación de haber sido abandonado en esos laberintos de celdas y siente la necesidad de buscar en ellas algún destello de esperanza, alguna mirada perdida entre las cortinas, cristales o persianas.
Las planchas de metacrilato transmiten el efecto de alejar la obra confiriéndole tridimensionalidad y realismo, lo cual resulta más impactante. Es curioso que sea este moderno compuesto químico orgánico el que consiga poner una distancia entre el observador y la obra formando él parte de la misma y muestre con cada una de sus moléculas la modernidad que nos ha tocado vivir. Decía Foucault (Poiters, 1926): «El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento». ¿Es el hombre moderno, y su forma de pensar, el causante de esta ausencia de miradas en la obra de Gimeno? Yo creo que sí.
El detalle en cada trazo, la repetición diferenciada, la unicidad de cada una de las celdas sugieren presencia constante, sin embargo el conjunto únicamente muestra un vacío al que es devuelto una y otra vez el observador como si fuera introducido en una de las piezas escultóricas de Richard Serra y la obra distorsionase la realidad propia.
Me despido de José Juan y Graciela con la sensación de haber presenciado una exposición ante la que no puedes mostrar indiferencia. El camino de vuelta, rodeado de edificios que parecen estrangular el final de la calle, transcurre con la ausencia de todos esos no-lugares que acabo de visitar.