Baúl blando de disfraces derretidos de Amador Luna. Por Aldo Alcota

Baúl blando de disfraces derretidos es el título, bella remembranza daliniana, del segundo libro de Fran Amador Luna por Ultramarina Editorial, o como él expresaría, su “segundo bastardo”. La definición que ha dado a sus textos es de pseudorelatos. Yo me atrevo a denominarlos como escritura antropófaga que se nutre de los ligamentos del barroco y de la exploración surrealista, una perfecta unión para enfrentar afuera a un bloque de literaturas acomodaticias y sin riesgo. Todo es una punzante avalancha donde no escasea la poesía. Al contrario, el autor la pasea con lucidez gracias a un estado de alucinación, su manera de contrarrestar lo despiadado de esta época, con todas sus putrefacciones.

Fran Amador Luna se rebela con su obra, porque escribir es un modo de resistir. Desde allí se integra a una cofradía estremecedora de la palabra, inquietante en sus salvajes utopías: Carlos de Rokha, Larrea, Tzara, Todorov, Blake… Desafía con saña intelectual al reinante conformismo social y a la falta de ingenio. Su curiosidad extremeña -propia de los conquistadores que fueron a América- lo condujo a continentes bibliográficos y selváticas estanterías donde encontró los decisivos frutos de Marosa di Giorgio, Pizarnik, Crevel, Lezama Lima, Huidobro, Sarduy o Jorge Cáceres.

Valiente abordaje de escritos intercalados con fotografías y pinturas. La ruina es baile y corporalidad; rojo es su manifestar, su habla, tras los pasos de los engendros mártires del día a día; es mandala y movimiento que lleva a la niñez, a esa nostalgia perdida en blanco y negro. Panorama filosófico, batallas y naciones inventadas en el híbrido de las letras, gestos vestidos de vanguardia, derribo de temores y aspiración a una posible inmensidad más allá de lo humano. Fragmentación proveniente de la alta poesía y la conciencia de un paisaje moral ruinoso, dos de los ingredientes que destaca Vila-Matas para que una narrativa trascienda en este nuevo siglo. El futuro está allí.

Para leer a Fran Amador Luna y a sus majestuosos bastardos, hay que subirse al avión del frenesí. Allí están los baúles blandos y los disfraces derretidos para ingerirlos como gigantes sándwiches y arrojarse a las turbulencias, relatadas por héroes de la madrugada. Aquí lo tienen, maravilloso escritor y amigo inolvidable, fiel al espíritu Canibaal, aquel proveniente del Pánico y Dadá.

Desde mi habitación azul con ventana hacia el océano Pacífico, más la añoranza del Mediterráneo y la música del punk ruso Igor Letov, te saludo.
Ya nos veremos.