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Primitif: ‘Lloráis porque sois jóvenes’, de Emilio Martín Vargas

Uno se vuelve rocoso, o lo intenta, como para contrarrestar que lo primero que hizo al salir del cuerpo ajeno fue llorar. Luego, en función de su predisposición a hacer uso de los lagrimales, llora más o menos. En la primera fase de nuestras vidas hacemos un uso práctico del llanto, lloramos por necesidad, para comer, para que nos limpien, para que nos presten atención -el que no llora, no mama-. Después, llorar se convierte en una reacción a la tristeza y al espanto. A la frustración, que comienza a calar en la adolescencia y ya se queda cerca. Responsabilidad de cada uno es aprender a gestionarla; como en todo, su impacto depende en gran medida de las interpretaciones.

Por suerte en esta época de la juventud llega un día en que nos asombramos al vernos derramando lágrimas ante la felicidad también, un fenómeno nuevo e inesperado, diferente a cualquier llanto anterior. De pronto dejamos escapar unas lágrimas conmovidos ante la belleza, o de pura ilusión ante una buena noticia. La juventud es una condición que no se sabe bien cuándo empieza y cuándo termina. Los más optimistas aseguran que es un estado mental. Emilio Martín Vargas, nacido en mil novecientos setenta y nueve, es indudablemente joven. Tuve ocasión de conocerlo en persona cuando presenté a Ray Loriga en Librería Ramón Llull el día diecinueve de octubre a propósito de su novela Rendición. Digo en persona, porque ya habíamos establecido contacto días antes a través de Facebook. Al acabar el evento, tuvo el detalle de regalarme un ejemplar de su poemario Lloráis porque sois jóvenes, premiado con el Hermanos Argensola en dos mil dieciséis y publicado en la colección Visor de Poesía. Cómo no, le pedí que me lo dedicase.

Lloráis porque sois jóvenes, de Emilio Martín Vargas.

Emilio tiene que ser joven forzosamente para haber escrito que está “en algún lugar entre un orgasmo y un cáncer”, porque en ese verso va implícita la juventud que se escapa, pero que es todavía juventud. De igual manera, titular un poema con este brillante Voy a publicar en Wikileaks todos tus mensajes de Whatsapp responde a los referentes de una generación presnapchat tan necesitada de verdad y de reconocimiento como de un sueldo mileurista a fin de mes. Qué tiempos aquellos en que la prensa acuñaba el concepto mileurista asociándolo a precariedad. “Benditos los que no conocen el amor / porque toda su vida han sido camareros”, clama Emilio, que titula algunos de sus poemas con el número de las mesas de un bar o de un restaurante: Mesa 5, Mesa 9, Mesa 14. Él, que “esquiva la guillotina oxidada / que descabeza de la noche la mañana impía / de los héroes que madrugan / para salvar el mundo”. Y si no es él quien esquiva la cuchilla, la ha tenido que ver de cerca. Imagino a Emilio tratando de sacudirse de encima la sensación de ser un personaje de John Ford, un poeta en mitad de una taberna a rebosar de forajidos.

Cuesta mantener la compostura cuando de lo que uno tiene ganas es de disparar también, de desembarazarse de todo por las bravas, de increparse a sí mismo por todo lo que ha hecho y por todo lo que no ha hecho. Es esta probablemente la más dura de las batallas, la que él ejemplifica mejor que nadie con versos tan poderosos como estos:

En la guerra civil contra uno mismo
si te escondes no sobrevives,
                                                   mueres
                                                  dos veces.

El día que conocí a Emilio Martín Vargas acabamos cenando juntos algunos de quienes habíamos asistido o intervenido en la presentación. La hostelería nos tocaba de cerca a varios de los que allí nos reuníamos por diversos motivos. El caso es que por una o u otra razón hicieron acto de presencia en la conversación primero algunas cafeterías y varias anécdotas de ilustres con los que Ray Loriga había compartido saludos matutinos. Luego salieron también bares de Madrid y de Barcelona, locales de Tokio en los que nadie sabe decir que no. Hablamos de tugurios y de antros, de restaurantes para cenar como el restaurante en que nos encontrábamos. Pedimos cervezas, más cervezas, vino, cambiamos de establecimiento. Nos hicimos fotos, pedimos que nos las hiciesen, volvimos a encargar cerveza. Y ahora, releyendo algunos poemas de Lloráis porque sois jóvenes que hablan de barras, caigo en la cuenta de que no recuerdo la cara de los camareros y camareras que nos atendieron. ¿Será alguno de ellos un gran poeta como Emilio? ¿Habrá escrito algo sobre nosotros? ¿Planearía nuestro asesinato cuando nos demoramos en levantarnos de la mesa de la terraza que estaba recogiendo igual que lo planeaba Emilio en uno de sus poemas? “Si el cliente no sale vivo y satisfecho no volverá”, se lamentaba. Suya es la pasión de las fuertes, como reza la URL que sirve de introducción al libro.

Lloráis porque sois jóvenes, de Emilio Martín Vargas.

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