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Primitif: ‘Canto del alba’, de Julia López de Briñas

Dicen que es importante saber de dónde viene uno, y yo vengo, en gran medida, de mis profesores. Sobre todo de mis profesores de la primaria y secundaria que disfruté en las Escuelas San José, comúnmente conocidas como los jesuitas de Valencia, aunque con escaso parecido a los jesuitas anteriores, los de la Gran Vía, los del colegio antiguo para unos pocos. En mi gigantesco colegio, solo entre los seis cursos iniciales y los cuatros siguientes -en mi generación relativos a la ESO-, sumábamos más de mil quinientos alumnos. Una auténtica jungla de hormigón en la que viví los momentos que ahora recuerdo con más cariño y donde para bien o para mal, se sentaron las bases académicas de lo que ahora soy. Tengo que reconocer que siempre me he sentido cómodo entre profesores: mi madre lo es, y me encantaba que me llevase con ella de pequeño a su instituto. Algunas de estas personas por cuyas vidas pasé en packs de treinta eran poetas y supongo que lo siguen siendo, aunque no sé si escriben. Pero poeta una vez, poeta siempre, creo yo.

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Uno de ellos fue Carlos Durá. Otra fue Julia López de Briñas. Seguro que otro día hablaré por aquí de Carlos, pero hoy hablaré de Julia, que me descubrió Poeta en Nueva York, me animó a escribir, y me hizo seguir disfrutando de la literatura con todos los recursos que tuvo a su alcance. Vuelvo hoy a ella porque acabo de reencontrarme con su Canto del alba, premio Sargantas en mil novecientos noventa y seis, que descansaba en una estantería en casa de mi madre pero ya no más: ahora lo tengo de nuevo conmigo, de nuevo leído. La lectura de ahora y la que realicé allá por el cambio de milenio poco tienen que ver. El libro es el mismo, pero yo no. La experiencia es genuinamente diferente, por eso me topo con “la medida de todo lo que nunca pude hablarte / sin devastarte un poco” y me asombro como la primera vez, aunque no recuerde si entonces me asombré, creo que no. No sé por qué no. Mi atención y mi asombro irían a parar a otra parte, insisto, no recuerdo a dónde. Tenía dieciséis años. No entiendo tampoco cómo no retuve ese “me preocupa tu cuerpo astillado con forma de pregunta” que ahora no se me va de la cabeza. Me preocupa tu cuerpo astillado con forma de pregunta. Astillado. Con forma de pregunta. Mepreocupatucuerpoastilladoconformadepregunta.

Hay preocupación en este libro púrpura del siglo pasado, el texto es del siglo pasado, solo un par de décadas en realidad y la preocupación muy vigente: las cosas no han cambiado tanto. Ahora no es Sarajevo, pero sí Homs, Damasco, Alepo o Raqa. México sigue siendo. Y el amor. La utopía sigue sin ser. Continua La marcha de 150.000.000 su caminar incansable con Enrique Falcón marcando el tempo; a él va dedicada la segunda parte de este poemario que también bebe de Altazor.

cuando la noche se anuda
y oigo tus pasos, Celine, entre las huestes,
mirada perdida ante la hierba,
Celine cayendo
ojos sin brillo, ante la hierba

Falcón también enseñaba en mi colegio, aunque a mí me enseñó más tarde, en un taller de poesía de la Universidad de Valencia, el único taller al que he asistido y al que creo que asistiré. Un taller honesto y plural del que no puedo conservar mejor recuerdo. Como decía, yo vengo de y soy mis maestros. De esta época de profesores de jesuitas vienen a través del tiempo del espacio y de la historia estos versos de Paul Celan que desde anoche no me saco de la cabeza: “Negra leche del alba te bebemos de noche / te bebemos al mediodía la muerte es un maestro de Alemania / te bebemos al atardecer y en la mañana bebemos y bebemos / la muerte es un maestro de Alemania su ojo es azul / te alcanza con bala de plomo te alcanza de pleno / en la casa habita un hombre tu cabello dorado Margarete / nos persigue con sus perros nos regala una fosa en el aire / juega con serpientes y sueña la muerte es un maestro de Alemania / tu cabello dorado Margarete / tu cabello de ceniza Sulamith”.

“No hay más verdad que la entrega”, decía Julia en su Canto del alba. ¿Me entrego yo? ¿Frecuento esos “aledaños del sueño” que menciona en quizás la mejor imagen de todo el poemario? Al menos conservo la preocupación; sí sospecho, como ella mi maestra sospechaba, “los frágiles caminos de la historia”.

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