Ruina y Fractura. Por Aldo Alcota
Durante el 6 y 7 de abril se realizó el III Ciclo de Exposiciones de Artistas Yungay, donde varios espacios del barrio Yungay mostraron al público la obra visual de diversos creadores, quienes en su mayoría tienen un estrecho vínculo con este sector céntrico de Santiago de Chile (trabajan o viven allí). Uno de estos sitios fue el Espacio Ailanto, proyecto llevado adelante por varias personas que decidieron reformar una antigua casona devastada, ubicada en calle Huérfanos, y con esfuerzo la adecuaron para llevar adelante múltiples actividades culturales. En ese lugar Leonsky (Leonardo Salazar) inauguró su exposición Un principio de lo terrible, integrada por objetos y montajes de turbador simbolismo, bajo la curaduría de Samuel Ibarra.
En varias habitaciones del inmueble, Leonsky instala un desbordado gabinete vinculado a unas inmensas ansias por querer polemizar con la contingencia, por desencadenar un revanchismo hacia brutales periodos históricos y por franquear, resueltamente, en los terrenos de una poesía que es partidaria del desbarajuste (entre lo rimbaudiano y el dadaísmo) hacia lo establecido. Esta propuesta expositiva, su “ruina y fractura” (tal como lo señala el curador Samuel Ibarra en la pequeña tarjeta de la muestra y distribuida al público), produce sensaciones tan disímiles como el desconcierto, la curiosidad, el desasosiego, la comicidad, el deleite.
Un montón de cosas son separadas de su conocida funcionalidad y convertidas en renovados dispositivos del dislate, con el fin de instalar una inflexión efectista –teatro de fantasía estrambótica- que problematice con las miradas tradicionales y consensuadas, procedentes de una forzada realidad diaria. La hibridación de materiales en Leonsky conduce a un estado de sacudimiento respecto a las posibilidades en que podemos percibir el mundo, con ilimitadas ficciones y variaciones de sentidos. Esta objetualidad se sitúa en una esfera distópica, irónica, abrupta, lúdica, neochamánica, provocadora y está reforzada por la exhibición de algunos registros y elementos asociados a sus performances (por ejemplo su acción Anarcochamanismo, la imaginación alucinada).
Lo corporal es un motor intrínseco en la obra de este autor y muy bien lo define, en una entrevista de 2021 en la revista chilena Extrabismos[1], como un lenguaje “carnalizado”. Es muy próximo a “un escenario de contienda política”[2] (me permito citar estas oportunas palabras de Judith Butler) y que él lo tensa de forma extraordinaria hasta llegar a un colapso de la razón. Esto sucede en Un principio de lo terrible. La producción artística de Leonsky se ensortija en el desacato: su cometido, desorbitar los artilugios de una sociedad en extremo consumista y violenta y reconstruirlos posteriormente, bajo un nuevo prisma. Busca un anverso en la actualidad del espanto, hasta dar con inauditas alteraciones esparcidas desde el desastre, el vestigio, la convulsión y el desuso. Entre estos hallazgos se aúpan confabulaciones muy iluminadoras para Leonsky, referencias decisivas en su trayectoria: Dadá y sus legendarias intervenciones en el Cabaret Voltaire; el Pop Art horadado por el Arte Povera; el azar y la confusión del movimiento Pánico; la crítica de la memoria en Nelly Richard.
Internarse en las instalaciones de Leonsky es circundar en un entorno de fascinación ante una metafísica de lo precario y lo disparatado, representado en maniquíes que se asimilan a un curandero tropical-pop-galáctico y a una autómata de historietas; en un espurio jardín con despojos de una feria de las pulgas o un basural; en una Venus de Milo kitsch, marginal y churrigueresca; en espeluznantes máscaras blancas; en animales de utilería; en la raída escultura de una cabeza grecolatina sobre una vetusta silla y que se puede entroncar con las pinturas de Giorgio de Chirico; en la careta de un gorila colgada en medio de una enorme pared envejecida y manchada, remedando un mapamundi o un enorme cuadro informalista…
Esta exposición forma parte de un desafiante logos y pathos ante lo terrible. Así es el arte de Leonsky, una conciencia que se interroga por lo sucedido en el tejido social y su historia más reciente, a través de una particular insumisión y un sistema de fracturas.
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A continuación se publican algunas fotografías de este evento -del archivo personal del artista- y un texto de Samuel Ibarra, curador de la muestra.
[1] https://revistaextrabismos.com/index.php/2021/05/10/cubosoma/
[2] Judith Butler. Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy. Editorial Taurus, España, 2020.
Aldo Alcota
El presente isomórfico y estallado. Un principio de lo terrible.
Devorados en una contemporaneidad frenética, inexorable, que pareciera avanzar rauda hacia la consolidación marchita de una duda e incerteza permanente; Leonsky propone ingresar en una enigmática escena al interior de una antigua casona del Barrio Yungay. Nos convoca a ser testigos de su más reciente obra, con la que desea tensionar y hacer colisionar posibles líneas de fuerza entre realidad, metáfora, ficción, fantasías creativas y preocupaciones socio políticas.
Entramos así, a la ocupación espacial en un lugar actualmente conocido como Ailanto, sitio de tránsito de colectivos, de organizaciones sociales y vecinales, un espacio de micro utopías comunitarias que hoy escasean en la capital de un país, cuyo dictum economicista llama constantemente a defender el individualismo del auto progreso. La obra emplazada trata de una suerte de escenificación que ironiza e interroga a sus espectadores sobre los bordes de la mirada, de un campo y de una intensidad mono lingual del YO que, aparentemente fuerte y blindado, no puede escapar de la fragilidad de su ruina y fractura.
El eje central acá esta puesto en la imposibilidad irónica de encontrar una voz o versión unívoca que pueda narrar/modular/describir o dar una versión eficiente del creciente proceso de agotamiento del sentido y vaciamiento de la palabra.
La ocupación, como obra de apropiación espacial, alude a la búsqueda de ese lugar propio con que a veces ficcionamos estrategias para tomar posicionamiento en el mundo. El arte, como las ciencias, la política o los discursos hegemónicos proponen ordenar los contextos, diseñar sus propios decorados y bajo tácticas escenográficas se afilian a su promesa de mensurar y jerarquizar la existencia. Un principio de lo terrible, es la obra digitada por un autor y creador que juega entre formas cimbreantes de cuerpo y objetos, se entrega sin reparos a la duda y lo movedizo, bajo el simulacro de una iconosfera barroca y estridente, fisurada pero incólume a la vez.
Samuel Ibarra Covarrubias. Curador.