Entrevista al poeta chileno Renato Salinas. Por Aldo Alcota
“Yo entro por la ventana, esa es mi tradición, y no por la puerta de la Academia; así llego a la fiesta”
Renato Salinas es uno de esas figuras rara avis que no pasan inadvertidas en el difícil panorama de las letras chilenas (difícil, porque el alborozo y los elogios pueden de un momento a otro pasar a múltiples sinsabores y desatar furias entre sus semejantes, cosa que ya lo advertía con sus pormenores Joaquín Edwards Bello en su crónica El odio al escritor). Salinas sabe de estas ásperas coyunturas y mezquindades, pero logra evadirlas con inteligencia y una original ráfaga de humor, lo que le convierten en un bardo audaz, fuera de lo común, muy crítico hacia el contexto que le ha tocado atisbar. Se asume un heredero de la antigua tradición de los juglares (que iban en la Edad Media de pueblo en pueblo para recitar, cantar y danzar ante la expectación de reyes y súbditos) y decide llevar el arte de la oralidad, acompañado de una intensa teatralidad, a colegios, bibliotecas, plazas públicas y a cualquier lugar donde haya disposición de escuchar sus sorprendentes textos. Ha podido dirigir talleres de estética de la poesía y tertulias literarias en la popular plataforma de Youtube; ha conocido personalmente una infinidad de poetas y narradores –amigo de varios- y destacan sus entrevistas a Jorge Edwards, Carmen Berenguer y Federico Schopf; ha publicado El gigante de la plaza (por Pobeta Ediciones) y se considera un admirador de Pablo de Rokha, Jorge Teillier y Carlos Droguett. Estamos ante un fanático del radioteatro, seguidor del recordado Doctor Mortis y un peculiar goliardo con un deseo por rescatar un esplendoroso pasado cultural a través de la imaginación, la lúdica ficción y la sátira, donde nos presenta a Enrique Lihn como Batman, ganador del Premio Nacional de Literatura y el cual debe soportar los caprichos de un Nicanor Parra metamorfoseado en Pinochet. Ese es el extraordinario mundo que inventa este deslumbrante autor.
– ¿Quién es Renato Salinas?
– Renato Salinas es un poeta de 47 años que lleva más de 25 años escribiendo poesía, pasando por el Modernismo de Rubén Darío a una variante de la antipoesía como decía Erick Pohlhammer; una poesía Neo Pop y una mezcla de publicidad, tandas comerciales, prosa, parábolas de la Biblia, política, es decir mi propuesta es una ensalada. Tengo dos hijas, tengo un solo libro y un proyecto de publicar otro. Pienso que en esta actual posmodernidad el poeta no debe publicar tanto, sino llevar su obra como el antiguo juglar, porque hoy ya nadie lee. La gente conoce mucho mi poesía porque me he encargado de difundirla a grito pelado como en la feria libre, de un lugar a otro, declamando, y lo perpetro a modo de teatralización como se hacía en la antigua Radiotanda de radio Minería, donde destacó la gran Ana González. Además hoy hemos perdido el concepto de reunirnos alrededor de los ancianos, por ejemplo, como su fuéramos una tribu. Entonces como los antiguos juglares voy de acá para allá divulgando cantares de gesta postmoderna a todo tipo de personas.
– Hay en tus poemas un cuestionamiento de la realidad por la vía del absurdo y el humor, donde modificas ciertos eventos importantes de la historia chilena y mundial (que abarcan la política, la cultura, el deporte) y cualidades que correspondieron a personajes ilustres de la literatura como Jorge Luis Borges, Nicanor Parra o Pablo de Rokha.
– Escribo desde ese humor que viene del dolor. Un humor como el de Parra. Yo no busco el humor, nunca lo busqué. La gente se reía de lo que yo propalaba en público y al principio aquella reacción no me gustaba. Escribí un poema llamado Maldita Fifa y la gente se rió con la delirante historia de Maradona, Pelé y su madre María Celeste, junto con Jorge Luis Borge. Eso causó mucha risa y me fui muy triste del recital en la Universidad Católica. Después Erick Pohlhammer me dijo “lo hiciste bien” y entonces lo adopté como mi estilo. La idea es causar un quiebre y de la risa viene un derrumbe, hasta aspirar nuevamente a un orden pero desde el dolor. Lo que causa risa y jolgorio viene desde un fracaso.
– Lo que haces es desmitificar y reconfigurar hechos que sucedieron para subvertirlos, es decir, contar historias que nunca pasaron. Pareciera ser además una forma de resistencia hacia las normas de lo establecido y es allí donde tu obra enaltece esa afirmación de Vaché que el arte debe ser una cosa graciosa.
– Todo debe ser como esa risa que oyes en un velorio me decía Pohlhammer, la que no para y se mofa de los convencionalismos; una risa que polemiza y donde yo no acepto la realidad porque la trastoco y quiero que Marlon Brando reciba varias estatuillas de los Oscar y Jorge Luis Borges reciba un Cervantes y Pablo de Rokha reciba el Nobel.
– ¿Crees que en Chile existe entusiasmo por conocer formas tan particulares como la tuya de llevar la poesía a la gente y seguir el maravilloso legado de los ingeniosos juglares?
– Te voy a contar algo. Iba a un colegio en Valparaíso, llamado Naciones Unidas, de quinientos alumnos. Allí los mismos profesores me decían que muchos niños habían estado presos, niñas habían sido prostitutas, que gran parte de los apoderados eran narcotraficantes, que todos ellos no tenían ningún futuro. Esos mismos profesores después de mis presentaciones poéticas me miraban feo y en el casino se alejaban de mí como si tuviera la lepra. Yo me presentaba en la biblioteca donde llegaban muchos alumnos. Era un ambiente difícil, con burlas, pero yo me instalaba como un animado juglar. A veces pienso que los artistas no somos profundamente necesarios para esta realidad pero en las crisis, y cuando a nadie le interesa la cultura, el poeta persiste y tratará de modificar esos instantes adversos, usará la atmósfera que tiene ante sus ojos y creará algo sublime, porque acá estamos en las grandes ligas de la poesía hispanoamericana y mundial con dos Premios Nobel. Y les decía a los estudiantes que aprendí a leer en cuarto básico, que me costó, que era hijo de humildes trabajadores al igual que ustedes. Les repetía que todos podemos, mostraba unos carteles y les señalaba que las palabras están cargadas de energía y al tocarlas te conduce a un trance de mucho movimiento. Los niños que aprenden a leer van a ser adultos más aptos para resolver problemas más profundamente, más rápido, y al leer sueñas en colores. Soy un juglar, un predicador y quiero causar ese quiebre, esa fisura y ya no sirve publicar veinte libros al año y que nadie te lea, ya que entonces no hay ningún sentido para seguir siendo poeta. Hay que salir afuera.
– Tu poesía absorbe además de la cultura pop y sobre todo de temas políticos.
– Mi poesía está muy cargada de política. Por ejemplo en Maldito Mundial de Argentina 78 es donde pongo a Borges como Videla. En mi discurso está lo político. En lo personal me fascina Borges, Radiotanda y la alegría de Ana González y su personaje de La Desideria. Mezclo Pinochet con Mandolino. Voy cambiando todo. Lo mío es un nuevo estilo de baile, algo novedoso como dijo Pohlhammer. Es un quiebre en el ambiente poético nacional. Me gusta hacer algo diferente y lo siento como una bella provocación. No nos olvidemos que Chile es reticente a lo audaz y siempre fue campeón de aplastar lo inusual, tanto en el arte, en la literatura de vanguardia, en la música, en el vestir, en todo. Cuestiona despiadadamente todo lo nuevo o el darse la mano y abrazos entre hombres, el beber en exceso y así una larga lista.
– ¿Sientes que estás en un camino poético relacionado estrechamente a la marea disruptiva de la antipoesía, incluso, con la deriva patafísica?
– Claro que sí. Lo mío es un constante matar al padre, a Parra. Bajo a las vacas sagradas de un pedestal. En Poema eterno olvidado del fin del mundo le entrego al querido Borges el Premio Nobel. Juego con la historia, con lo que no sucedió. Me hubiera gustado el Nobel para Borges. No concilio con las normas de las hegemonías académicas. Yo ingreso por la ventana, esa es mi tradición, porque no entro por la puerta de la Academia sino por la ventana; así llego a la fiesta.
– Has incursionado en el stand up comedy. En el mundo el humor, a qué humorista admiras?
– Me gusta mucho Carlos Helo, un humorista que no lo conocen en Chile las nuevas generaciones. Él con sus chistes logra ese quiebre con la realidad, como ese niño que canta, baila hasta llegar al absurdo, al derrumbe de lo establecido y en la literatura chilena tiene que suceder un derrumbe, como lo ocurrido con la aparición de Mariano Latorre y otros movimientos como Mandrágora, el gran Huidobro, el Modernismo. Hay gente llena de miedo e incertidumbre que se resiste al cambio.
– En tu texto El monstruo el humor se desata hasta conceder a los lectores y oyentes un escenario delirante donde se enlazan la dictadura de Pinochet, el Festival de la Canción de Viña del Mar, la presencia de Violeta Parra, con una habilidad para hacer del despropósito una obra de arte. Incluso hay recursos del slapstick utilizados en el cine (comedia física).
– Ese poema lo presenté en Valparaíso, en el colegio Naciones Unidas citado hace un momento atrás. Los alumnos y apoderados aplaudían, a diferencia de los docentes que miraban con reticencia, como si fuera una locura. Yo creo en el rescate de las almas a través de la poesía. Al final ningún profesor me dijo que bueno, te felicito. Veía en ellos una despreocupación y un desinterés por los alumnos. Cuando fui alumno me convertí en un iluminado. El día que aprendí a leer me rompí la cabeza contra la pared, como una significativa señal. Mi cabeza estallaba y salía desde allí una luz. Dejaba de ser ciego, veía al aprender a leer. Era un acto de iluminación. Confieso que arrastro desde la infancia ese afán de memorizarlo todo, porque me costó aprender a leer y memorizaba las lecturas de mis compañeros de curso frente al profesor, antes que me tocará a mí. Mantengo esa costumbre de memorizar mis poemas, los de Borges y otros autores. Me costó mucho aprender a leer.
– ¿Qué poetas de los que has conocido te han impactado?
– Raúl Zurita, su vida marcada por el sufrimiento, la tragedia. La poesía no es ningún chiste. Como decía María Luisa Bombal escribir es sufrir. En esto se pierde todo. He perdido familia, me he separado, perdí una gran mujer, he pagado un alto precio. El dolor, la bohemia, la soledad, el alcoholismo, amigos que mueren muy jóvenes. Es una apuesta a todo o nada. Una apuesta suicida. Y hay que leer mucho. No puedes ser escritor sin leer. Escribir y corregir mucho. Cuestiono mucho a la gente que no lee. La poesía es un canto eterno. Me he vuelto loco leyendo. Existe gente que se ha metido en la cabeza la fantasía del escritor y del artista e impide el avance del verdadero creador, donde hay muchos oportunistas que se cuelgan de este como parásitos.
– ¿Qué opinión tienes del ambiente literario nacional?
– Me ha hecho sufrir la envidia que existe en los círculos literarios. Celebran más las caídas que los triunfos. Con un puro librito he logrado más que toda la generación posterior a mí. Nunca me han dado un premio. A los grandes nunca les han dado un premio. He recitado en colegios, cementerios, hospitales y no me dieron el bono para los trabajadores culturales del Ministerio de las Culturas. Apelé pero no pasó nada. El poeta Manuel Silva Acevedo me decía “a ti te lo debieran dar”. Nunca he ganado una beca y se la dan a gente que ha hecho menos que yo.
– Tú llevas la poesía a un campo performático y a una puesta en escena de enorme histrionismo. Eso debe atraer a las nuevas generaciones.
– Siento que soy un predicador de la poesía, un Martín Luther King de la poesía. Cuando voy a los colegios, si a uno le interesa ya para mí es importante. Cuando llego a las escuelas me reciben muchas veces niños de población, choros, burlescos pero al término de mi intervención la experiencia se convierte en algo enriquecedor para el espíritu. Una vez, en un cerro brígido de Valparaíso, por la noche, venía un muchacho y me dijo “profesor, el año pasado usted hizo una presentación, me gustó”. Fue maravilloso. “Cuando va a repetir el show” me dicen los alumnos, eso es el quiebre en poesía. Si un alumno te para en la calle veinte años después, es genial o si vas a un club deportivo de un barrio peligroso, hablas de poesía y te tratan mal, entonces decides leer un poema sobre Santiago Wanderers y todos empiezan a gritar de emoción a mitad del poema hasta quedar encantados y cae la cortina, ya está listo todo. La poesía es provocar, ver al otro, emocionar, impactar como lo hizo Arrau, Matta, Parra. El desafío es cómo llegar a alguien que no lee. Educar a la gente. Atraparlos con la palabra, la oralidad. Si lo haces con pasión, lo puedes lograr. Si San Pablo pregonó en el ágora de Atenas, si Jesús predicó en el templo, todo se puede si lo haces con pasión y la gente se da cuenta. Alguien ignorante se puede estremecer con La Piedad de Miguel Ángel. Es algo inconsciente. No es necesario que estudies cinco años de Estética en la Universidad Católica. Un hombre de la cordillera puede alcanzar esa conmoción.
– Estuviste en varios proyectos en las redes sociales y en plataformas como Youtube.
– Sí y uno de los más significativos fue uno donde colaboré con Nedaska Pika. Era una mujer que se dedicaba a llevar el arte a personas de población. A mí se me pagaba por realizar talleres tanto por internet y de forma presencial. A estos últimos llegaban cincuenta personas y en el transcurso del taller llegaban más hasta continuar en el parque. En aquellas jornadas estuvo invitada la viuda de Juan Luis Martínez. Yo hablaba de Huidobro, Bolaño, Sabines. Daba mi interpretación de la poesía o les contaba del primer libro que leí, uno de Papini. Mi padre era anticuario del Persa Biobío por cuarenta años. Cuando llovía, franqueaba el agua el deteriorado techado y los libros se mojaban y se hinchaban. Después los iban a tirar detrás del local de mi papá. Allí encontré a Proust, Tolstói, Las mil y una noches, los grandes de la literatura chilena. De la huesera de la sociedad me alimentaba y creé mi propio mundo.
– ¿Cómo ves a las nuevas generaciones?
– Las veo mal. Una vez hablé de Gonzalo Rojas a estudiantes de Bellas Artes, a quienes les impartía talleres, y no lo conocían. Me miraban raro como si estuviera conspirando y yo solo les venía aportar algo. Así son las cosas en este crudo competitivo sistema. Eso es Chile, pegarte un pencazo en la cabeza.
– Cuéntame de Erick Pohlhammer, un poeta que fue muy significativo para ti.
– Un personaje luminoso, con luces y sombras. Era muy místico. Pohlhammer me llamaba todos los días, a diferencia de mi familia que nunca me llamaron y me apoyaron. Él me daba consejos en el tiempo del Covid. “Usted es un antipoeta” me decía. Le hice un homenaje meses antes de morir. Fueron casi doscientas personas. Estaban todos los sobrinos, nietos, Nelson Ávila, Schlomit Baytelman, Eduardo Peralta, Rafael Gumucio, invité a Rodrigo Verdugo, a Rafael Rubio… Los dos amábamos el fútbol. Lo quise mucho. He tenido muy buena relación con los poetas. Uno de los primeros que conocí fue Carlos Mellado. El segundo fue Arturo Jarpa Fabre, íntimo amigo, “el poeta custodio de la Virgen de La Vera Cruz, decía Pohlhammer. Frecuenté a Paulo de Jolly. Me dijo que quería escribir el prólogo de mi libro. Escribió unas palabras en una servilleta en la cafetería La Garufa, barrio Lastarria, las cuales eran “Renato Salinas ha intervenido de tal manera la cultura pop con la poesía que es diferente a todas y a todos”. Me regaló sus libros. Hay algo mágico en mi relación con los poetas. Estuve en el taller de Paz Molina. Me juntaba con el escritor Jorge Edwards en el restaurante Les Assassins. Lo pude entrevistar al igual como lo hice con Carmen Berenguer, Federico Schopf.
– Carlos Droguett es uno de los escritores por los cuales sientes una vasta admiración. Tenías un proyecto relacionado con él.
– Con el editor Gonzalo Contreras revisé las cartas y unos cuentos de Carlos Droguett guardados durante años en París. Era un bello proyecto apoyado por la Universidad de Poitiers, en Francia. Pero Gonzalo falleció y quedó todo inconcluso.
– Me llama la atención que escribes con letra manuscrita poemas tuyos en las páginas de libros correspondientes a otros autores. Aquella manera de intervenir las hojas me recuerda el accionar poético del infrarrealista mexicano Mario Santiago Papasquiaro, el cual hacía lo mismo.
-Siempre lo hago. Carmen Berenguer los llamaba textos parásitos y me decía que eran para darle potencialidad a textos malos. Disfruto con las anotaciones en las páginas de los libros.
– ¿Qué libros han sido importantes en tu vida?
– Oliver Twist de Charles Dickens. Me puse a llorar. También lloré con El jorobado de Notre- Dame de Victor Hugo y cuando murió Alonso Quijano en El Quijote.
– Qué libro le recomendarías a alguien que nunca ha leído poesía.
– El Principito. Es un buen comienzo. Mientras más creces le das otras interpretaciones al libro, con un final abierto.