Rajo. Por Ludmila Stipelman
Rajo la tierra y me rajo la piel para darle curso a lo que supura. Lo putrefacto insiste y yo que hace tiempo perdí resistencia lo dejo actuar.
Me saco una a una las cascaritas de las piernas, la sangre gotea en el piso parqué y vos me miras distraído mientras te ponés los pantalones. Te grito cosas en tu idioma para que me escuches, pero te volvés más ausente cuando abro la boca.
Apoyo todos los cabellos que pierdo durante el día en tu mesita de luz para que sea lo primero que toques cuando te despiertes. Pero los agarrás con el puño de tu mano blanca y derecha y los tirás al tacho de basura de la cocina. Después me acaricias la cabeza mientras tomás el café. Tengo ganas de escupirte las tostadas y de partirte la taza de cerámica en la frente. Por eso a veces lo hago. Y entonces recién ahí, vos, muy cada tanto, muy pocas veces, me tomás de las muñecas me tironeás hacia abajo y me decís al oído cosas feas, horribles, se te ponen los ojos vidriosos y se te tuerce un poco la boca, el cuello se te ensancha y pareces más grandote. Pero ya casi no sucede.
Cuando te vas rompo el papel rayado de la pared del living, me parece anticuado. Silvia me mira mientras pasa la aspiradora, sospecho que quiere abrazarme. Yo también quiero.
Corto las flores de las plantitas que te regalan en el trabajo. Me paso la tierra vieja y seca por el pecho como si fuera una limpieza de cutis, pero de esternón. Abro la heladera descalza y le saco la etiqueta a todas las mermeladas, pongo los dedos en el dulce de leche, lo dejo marcado, muerdo las frutas y verduras y las vuelvo a poner en su lugar.
Para cuando llegás estoy fatigada, no necesito gritarte, me tiemblan las manos. Te pido que me saques afuera pero otra vez me decís, que afuera es demasiado lejos y subís las escaleras para ir a bañarte.
Rajo la tierra y me rajo la piel para darle curso a lo que supura. Lo putrefacto insiste y yo que hace tiempo perdí resistencia lo dejo actuar.
Quiero que me mires a la cara mientras me arranco las cascaritas. Que lamas toda la sangre que cae en el parqué. Que lleves tus manos hasta mis costillas rotas y que me saques una a una las espinas de los pensamientos, que me limpies la rabia que me sale de la boca mientras duermo. Dejame reposar el veneno un ratito en tu mesada. Estoy cansada de mirar las fotos de lo que pudo haber sido. Prestame un huequito de tu cuerpo para respirar.
Ludmila Stipelman. Nació en Buenos Aires, Argentina en 1995. «De pequeña escribía canciones, y le leía cuentos de Elsa Bonermann y Luis Pescetti a mi mamá antes de irme a dormir». Se reencontró hace relativamente poco con la literatura. Solo algunas de las cosas que escribe llega a traspasarlas al papel, «la mayoría las voy armando en mi cabeza mientras espero el colectivo o voy caminando por la calle, y se esfuman con rapidez». Estudia Licenciatura en Actuación en la Universidad Nacional de las Artes. En 2019 empezó un taller de escritura, «me entusiasmó tanto que este año me anoté en la carrera de Artes de la Escritura de la misma universidad. Por ahora es cuando escribo el momento en que siento que puedo moverme con más libertad».