Primitif: ‘Esta momentánea eternidad’, de Raquel Lanseros
Hay versos tan acertados que una vez leídos, ya no hay manera de desprenderse de ellos: su idea y su forma quedan tatuadas en la mente y vuelven a nosotros de forma recurrente cuando algo detona el recuerdo de su lectura. Son pasado hasta que se hacen presente, y luego otra vez pasado, y así, en la recámara de lo cierto, esperan a que se dé de nuevo la circunstancia para salir disparados con una explosión de pólvora emocional. A mí me ha pasado eso con los versos de la poeta Raquel Lanseros que figuran en la siguiente imagen.
Me he topado con ellos al poco de entrar en el volumen de Visor que reúne su poesía de dos mil cinco a dos mil dieciséis, Esta momentánea eternidad, compuesto por los poemarios Leyendas del promontorio -título que me evoca un relato de Arthur Machen que tengo ahora mismo sobre la mesita-, Diario de un destello, Los ojos de la niebla, Croniria, Las pequeñas espinas son pequeñas y otros poemas inéditos y pertenecientes a distintos contextos que también se recogen en el libro.
Abren el volumen unas palabras de Lanseros que valen tanto la pena como los poemas que siguen: si bien durante bastante tiempo preferí leer los prólogos una vez terminada la obra prologada, por aquello de no sufrir injerencias de juicios externos y ver contaminada así mi experiencia, desde hace un tiempo he relajado la norma y solo los abandono si se exceden en las explicaciones y en los adornos. En este caso sin embargo nada de esto ocurre; solo se nos advierte de que los poemarios compilados corresponden a las personas que los escribieron, que no son otras que la Raquel Lanseros de distintos años y etapas vividas: “la persona que escribió mis primeros versos ya no soy exactamente yo, aunque esté contenida en mí”, dice la autora, que añade: “Por ello, siento un devoto respeto por lo que quedó escrito”. La eternidad es así, capaz de multiplicarnos sin salir de nuestro nombre. Si Lanseros siente un gran respeto por lo que quedó escrito, yo siento al menos el mismo respeto por quien aun reivindicando el presente tanto como lo reivindicará a través de los poemarios, no se desdice de los yoes pasados, y hace de su pasado un sayo acogiéndose a aquello que decía Whitman: “yo soy inmenso, contengo multitudes”.
Dice también Lanseros que “todo lo que tiene que ver con la poesía es, de algún modo, un acto de amor”, y amor encontraremos mucho por estas páginas. Un amor que recuerda, que se pone de rodillas, que se entrega, que duele, que vuelve, que levanta la barbilla y que entona un blues cuando hace falta. Porque antes de la parada programada en la laguna Estigia se puede y se debe amar mucho, pues a partir de ahí lo siguiente ya no está claro, o sí lo está, y es bastante oscuro. A modo de complemento al memento mori, Lanseros nos regala una advertencia poética tan certera y transparente como los versos del camaleón:
LA TOLERANCIA DE LA GUADAÑA
Los distintos caminos que construyas,
antes de atravesar el umbral de su casa,
a la muerte le son indiferentes.
La temporalidad es un elemento omnipresente en la antología, y si no hubiese sido así me habría sentido engañado, aunque esta temporalidad es en cierta manera tramposa, o tan real como el mismo tiempo que ya nos enseña la ciencia y que parece más fantasía que cuarta dimensión. La momentánea eternidad, pensándolo bien, seguro que podría encajar -si no lo hace ya- en alguna de esas fórmulas en las que el tiempo es un tejido y se dilata, se contrae o se pierde en sumideros cósmicos imposibles de entender. Dice Lanseros: “A menudo los días tienden a suceder en el pasado. / Sin embargo, la noche / tiende a amar sobre todo / a aquellos que construyen / su casa en el presente, y cita a ese Borges que afirmaba que “la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”, como queriendo sumergirnos en ese tiempo que al final nos obliga más que a entenderlo, a experimentarlo, tal es su naturaleza. ¿Será cierto como asegura Lanseros que “el infinito es mucho más pequeño si se mira de cerca”? Una vez más, seguro que en el mundo cuántico este verso puede ser cierto, o serlo y no serlo a la vez.
No se puede escapar uno del tiempo. Y menos en este libro. El último de los poemarios abre con esta cita del poeta mexicano Jaime Sabines: “¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras / me dirás que te amo? Esto es urgente / porque la eternidad se nos acaba”. Parece cierto que el reloj avanza, aunque no lo podamos asegurar. Eso sí, para verdades -y en este libro hay muchas-, una última, el último verso del último poemario, que contiene episodios con títulos tan sugerentes como “el pasado es prólogo”:
No hay verdad más profunda que la vida.