Poemas de Daniel Rojas Pachas
Poemas de Daniel Rojas Pachas
LUIS HERNÁNDEZ
El nuevo apartamento llegó como una nave de rescate
-tiene refrigerador y lavadora pensamos-
cuesta la mitad de lo que vale un arriendo en Chile / -hay que tomarlo-
El refrigerador luce abarrotado por las compras del mes
Hiede a algún tipo de ají
y tú
envuelto en una manta, bebes complacido un café a sorbos
repasando artículos académicos sobre Bourdieu y Adorno
-un cliché universitario-
el típico becario estúpido.
Este país aún no muestra la violencia de la cual es capaz
-por qué habría de hacerlo-
no sales de las cuatro cuadras que trazan la simetría de la rutina
de tu casa a la casa de estudios
López Mateo y Alonso de Torres, un radio seguro
en la esquina hay un Starbucks y unos metros más allá
-Sears y Walmart-
si les contaras la cantidad de hipsters que has visto desde que llegamos
si les contaras de la cantidad de autos de lujo que casi nos han atropellado.
El frío te despierta, es la falta de costumbre a la lluvia.
En la calle opuesta
como una invitación a dejar de lado tus pendejadas
un gran campo abierto
hectáreas de árboles, un bosque seco de ramas y cosas muertas
y allí
junto al OXXO
esperando ¿qué?
una inmensa hilera de taxistas que nunca abandonan su puesto
sólo comen tacos, ríen, miran pasar a las chicas, gritan día y noche y nunca se mueven de ese sitio.
O sea que cualquier movimiento, cualquier cosa que escribas no es nada. Las cosas suceden igual, sin ti o contigo, escribas o no escribas, hables o no hables, eso es la gran verdad; nada más.
Hace una semana
al pasar rumbo a clases,
viste un sostén
y unos zapatos de taco tirados entre los matorrales
sólo miraste hacia el Starbucks y preferiste abandonar la escena
llevabas bajo el brazo libros de teoría literaria y estética –una novela rusa y el poemario que te regaló
un chico del taller.
La imagen,
una bofetada
eso que todos te advirtieron
una invitación a dejar la soñada coherencia,
llegas a casa / escuchas al vecino gritarle a su mujer
-ya ves como siempre apendejas todo-
EIELSON
Paso las mañanas
solo
en este lugar,
puedo escuchar a los vecinos salir de sus departamentos.
El agua que llena la cubeta del chico que limpia todos los días el estacionamiento
la música del pianista anónimo, dos pisos más arriba.
Solía molestarme la repetición de las tonadas, ahora extraño sus ensayos
tener esas canciones todo el día en mi cabeza.
El tiempo parece una broma que no entiendo.
El dolor mismo es un juego trágico.
Trato de terminar otra novela
no sé quién puede interesarse por mis textos.
Antes eso me robaba mucha cabeza, veía una película o video
y me sorprendía distraído
fuera de foco, perdido en la trama pensando en mis propias historias inconclusas.
Todas las mañanas despido a mi hija con un beso.
Ella corre hacia el patio donde están sus amigos.
Regreso por las mismas calles,
trato de recrear los pasos que di
creo que ya no tengo amigos a los cuales llamar.
Camino y busco completar mis historias, imagino a mi hija, ¿qué hace en el colegio?
la extraño
y veo esos gigantes árboles frente a la iglesia.
Me quedo un buen rato viendo esos árboles,
un hombre entrena a un pastor alemán en ese parque
me gusta verlos correr de un lado a otro.
Ancianos entran a la iglesia, se escuchan canciones de alabanza
el blanco edificio palidece frente a los árboles.
Paso las mañanas cocinando y escucho viejas canciones.
Reviso el correo, trato de responder a esos que se dicen mis amigos, ¿lo son?
Respondo a quienes buscan mi ayuda e incluso a quienes no conozco y quieren algo de mí.
Me aburro con facilidad
termino borrando muchos correos, respuestas inconclusas quedan sin enviar
y pierdo mi tiempo leyendo historias que no me interesan.
Personas que se quejan de su suerte, otras que quieren maravillarnos con su éxito.
Trato de acostumbrarme a esta soledad, tan distinta a la que solía disfrutar.
Ya no me importa qué piensen los demás respecto a lo que escribo, quizá nunca me importó.
Sólo trataba de convencerme.
Mientras miro el fuego cocer una carne
y espero mi esposa regrese a casa, darle un beso, sentir el olor del shampoo en su cabello,
debo ir a buscar a mi hija al colegio.
En casa, sirvo el almuerzo.
Mi hija me cuenta lo que pasó hoy en clases,
tiene una compañera que la ofusca
me hace reír
escuchamos alguien subir las escaleras, el ruido de llaves, trato de imaginar un final para la novela,
algo en mí no quiere que esto acabe
pasan los días y nada en verdad sucede
el tiempo comienza a borrarme y me siento feliz por eso.
RAMÍREZ RUIZ
Cocinar para ellas
es incluso más satisfactorio que escribir.
Machacar papas
y pelar la cáscara de los huevos.
Evitar que las lentejas se peguen al fondo de la olla
siento algo especial al prender el fuego
y mojar mis manos al terminar.
Colocar todo en el refrigerador
esperando lleguen a casa.
“La responsabilidad de un artista es hacerse fuerte”, escribió Gauguin y ese precepto es absolutamente válido para los poetas de mi generación. Sin embargo, en un plano más general, y más allá de esta penetración, yo creo que la literatura nacional existe en detrimento de quienes la hacen.
La adultez es una estafa.
El recuerdo de todos los adultos en mi vida
es un patético juego en que todos juran estar cansados por algo
preocupados por algo
maldiciendo a alguien
riendo entre copas
enviándote a dormir pues eres muy pequeño para entender.
Algunas personas que admiré a lo lejos
músicos, escritores y uno que otro actor se mataron antes de tiempo
seguro hartos de eso
a lo que otros nos terminamos por acostumbrar.
Un tipo que no conozco
pero que tiene en su perfil la foto de un poeta amigo
me envía amenazas, dice que me encontrará en México y me sacará la mierda.
Le dije que si tomaba un vuelo
y me encontraba en un país de cien millones de personas y venía a golpearme,
por lo que sea que sienta debe hacerlo,
le invitaría una cerveza, luego de patearlo en el piso claro.
Recuerdo haber tenido un periodo de violencia en el colegio.
Un tipo sin razón alguna
me rompió la nariz en el baño.
Desperté en la enfermería.
Ese tipo de cosas vienen a mí
al revolver un guiso en la olla.
Pienso en mamá
una vez me atrapó tomando el whisky de mi padre,
me dio una bofetada y gritó: quieres ser como tu tío alcohólico.
Ella tenía ese tipo de reacciones dramáticas,
luego me abrazó y estuvimos conversando y riendo toda la tarde.
Creo que tuvimos ese tipo de amistad.
Al tipo que me rompió la nariz lo confronté en la sala de clases frente a nuestros compañeros.
Mi padre dijo que debía aprender a defenderme,
mi hermano me dijo pelea sucio si es necesario, más aún si eres pequeño.
Arrojé mi libro de lectura a la cara de Salinas y cuando trataba de recuperarse
ya estaba encima de él lanzando puñetazos a sus pulmones hasta tirarlo al suelo.
Al menos tres tuvieron que sujetarme
el tipo lloraba en el piso.
Me suspendieron
y mamá no dijo nada camino a casa.
CÉSAR CALVO
-Llegué a tu ciudad,
pero no me atreví a dejar el terminal.
Sentí que algo vil
enrarecido
habitaba el ambiente.
Fuerza bruta y violencia agazapada-
migración
aves que cantan como cerdos sobre las palmeras
y el púrpura sangriento de fondo.
Lanzamos digresiones
para una fiesta de té,
pienso en el epígrafe
-la sentencia en la mirada- esa colina sin voz
de cualquier forma todas las colinas esconden miradas
la estrella roja partiendo el cielo
los cerros conectados por pasajes invisibles
la técnica es la oscuridad.
Morlocks bajo los puentes / ladrones de grasa a la vuelta de cada esquina / un odio reverberante y manos sucias, manos de pishtaco, tráfico hormiga, pasadoras reconstruyendo la arquitectura del contrabando, la cumbia y el calor en la entrepierna.
No hay banda no hay música
pies en barro
no hay banda no hay música
sólo un disparo eternizado a través del desierto.
Al igual que un spaghetti western,la supervivencia a escala,
un rostro sin forma para reiterar el llanto
adjetivos tan comunes
sentencias
como estrellarse contra un saco de monedas,
y el sol golpeando el bajo cráneo de quien arrastra a su hermano
por entre las dunas
rumbo al despeñadero.
Inmerso en su cruzada fratricida,
Jagi desaparece ante el volumen de su carga.
Pueblos quemados, y la carne dispuesta al abrojo
una amiga dice -veo a una docena de inmigrantes subir desesperados a una furgoneta rumbo al valle.
Hay viajes sin retorno hermana,
hay escalas que no merecen ser marcadas en cualquier itinerario.
El arte secreto de la cartografía
incluye -retornar a la propia violencia
reiteraciones
que acentúan la pericia del observador.
Daniel Rojas Pachas (Lima 1983) Escritor y Editor. Actualmente reside en México dedicado plenamente a la escritura y a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Tremor, Random y Video killed the radio star. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa Chilena y latinoamericana. Más información en su weblog www.danielrojaspachas.blogspot.com