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«Ney Matogrosso» por Chema García Martínez

Ney Matogrosso: un fenómeno más allá de la razón y de lo razonable

 

Por el culo o la inmortalidad

 

Rio de Janeiro, 7 de la tarde del sábado 8 de abril de 2017. Camino del Teatro Principal -edificio añoso de estilo ecléctico-orientalista-delirante-, me pregunto qué estará haciendo en estos momentos. Me lo imagino sentado frente al espejo de luces -aires de príncipe egipcio-, los ojos como antorchas ensombrecidas, dando inicio al lento y laborioso proceso de transformación del ciudadano Ney de Souza Pereira en el rey de la cosa. Ney Matogrosso: cada concierto suyo es el último.

En el recuerdo, aquel 15 de julio de 1999 en que el hijo del militroncho homófobo cantó –sutil ironía- en el Cuartel del Conde Duque madrileño. Me lo perdí, pero por poco.

Inmediaciones del Teatro Municipal de Rio de Janeiro, 19:30 horas. La cola ante de la taquilla avanza como el país, lenta pero constante. La señorona de color negro –su epidermis, tegumento o cutícula- y rosa pálido –su vestido vaporoso de tul- presume de haber asistido a todos los recitales ofrecidos por el artista en la ciudad en los últimos cuarenta años. Hace un par de días quedaban sin vender media docena de localidades de precio reducido y visibilidad limitada.

 

20:00 h. Teatro Municipal: interior, noche. Mayoría de damas de edad provecta y presumible alto poder adquisitivo. La minoría masculina bosteza y/o consulta los resultados del Vasco da Gama-Flamenco por el móvil. No veo ningún extranjero, salvo yo.

Nuestra señora en negro y rosa comparte tertulia y asiento de primera fila con otras damas-damas de alta cuna y apartamento todo-exterior en Ipanema. Es la fila de las muy fans. A ella no tiene acceso el género masculino.

20:15 h. Se hace la oscuridad en el patio de butacas y regiones limítrofes. Un fogonazo. Por entre las sombras emerge la figura estilizada de Ney Matogrosso, brazos y piernas en cruz, la mirada fija en la techumbre cual Cristo redimido y gay. Gritos y desmayos.

Botas de mujer-bandera, o de puta; gorra de Saint-Exupéry, o de Santos Dumont, o de empleado de obra tardo-medieval; camiseta asimétrica sobre slip convenientemente reforzado en las zonas de riesgo. Una estética post-tropicalista, o post-lo-que-sea. Ney M., dicen sus hagiógrafos, es arte en movimiento, un destilado de múltiples esencias llevado al absurdo, un ser humano indiscutiblemente guapo, en su belleza “LGBT”, en sus inconcebibles 75, para 76, años de edad.

Gloria a N.M. en las alturas, donde estamos el pueblo llano

Que la fête commence. Lo que empieza tomando la forma de un baião, o así, termina siendo “Rua da Passagem (trânsito)”, de Lenine: “Todo mundo tem direito à vida. Não adianta esquentar a cabeça, não precisa avançar no sinal”. En «Atento aos Sinais» –espectáculo estrenado en 2013, y todavía en vigor- el artista manda recado a su público: hay que estar alerta, nos dice, ante la ruindad del sistema, o el Sistema (políticas de exterminio de las poblaciones aborigen y afro-brasileña, lava jatos diversos, campañas evangélico-gubernamentales contrarias a  la diversidad sexual, etc.) (1). En el programa, composiciones de Itamar Assunção, Dani Black, Lobão, Lenine, Paulinho da Viola y/o Criolo, su favorito, entre los jóvenes.

Lo que sigue: “Vida louca vida”, composición de  Vilhena/Lobão dada a la popularidad por Cazuza, protomártir de la M.P.B. y otras hierbas, que las damas de alta cuna destinadas en el frente de guerra corean cual posesas. Una llamarada en forma de corazón sangrante recorre las 2.252 localidades del Municipal. Está su forma, la de Matogrosso, de dar el culo al personal, su remeneo de caderas, sus poses estudiadas, pero efectivas, con las que cuadra cada interpretación. Y es que de Ney Matogrosso se aprovechan hasta los andares.

 

20: 40. Los gritos (femeninos) generalizados suben un tono en el momento en que el artista baja al patio para dejarse sobar, su egregia figura se pierde en un mar de manos y suspiros, la que apura para tocarle la tetilla, la que apunta más abajo. “Ney tiene la armadura de un ser inmortal”, escribe Nyldo Moreira, “pero se desmitifica cuando desciende a la platea y convida al público a besarlo” (2). Y sí, pero no. Yerra el susodicho en su diagnóstico por cuanto, en acercándose a la plebe, Ney Matogrosso está afianzando su condición de inmortal; marca las distancias, re-establece las diferencias, se me entienda lo que quiero decir.

El  trigésimo tercer mayor artista brasileño de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone (¿y por qué no el trigésimo segundo?, ¿o el cuadragésimo cuarto?) , es un caso raro de sex symbol transversal/inter-genérico (o bien pudiera tratarse de un psicópata bipolar). La disparidad de caracteres entre el ser humano –gay, discreto y hasta tímido- y el ser inmortal –diverso, exhibicionista, impúdico- es apenas concebible: “durante mucho tiempo pensé que era esquizofrénico”, le contaba el cantante a la periodista de El País, “hasta que me di cuenta de que, con el tiempo, una personalidad se fue acercando a la otra, y que fuera del escenario no tenía ninguna necesidad de manifestarme. Absolutamente ninguna” (3).

21:00 h. El hombre-multitud de 75 años y gorra de Saint-Exupéry anuncia un striptease de ida y vuelta, o un cambo de vestuario, todo, a la vista del respetable. El anuncio desata la locura entre el mujerío, y hay un “¡guapo!” estentóreo, producto de la histeria, que viaja desde las localidades inferiores al graderío superior; y una música que no es la de Deodato en “Also sprach Zarathustra”, pero bien pudiera serlo; y unas luces como de discoteca, o de putiferio, que dejan el escenario envuelto en una sugerente penumbra azul violeta a prueba de flashes (de los teléfonos móviles). Existe una guerra no declarada entre el artista y sus seguidoras, empeñadas éstas en sorprender al sátiro con sus vergüenzas al aire, lo que, ha de decirse, no tiene mérito alguno. Basta con asomarse siquiera por un instante al balcón de Internet para toparse con imágenes del artista cual vino al mundo. Y uno, que se pregunta de qué coño va todo esto.

 

Intermedio filosófico (de botequim). Matogrosso, en su cosa, viene a confirmar la posibilidad de una amistad intersexual, el “no-folla-amigo”, antigua aspiración femenina que conduce inevitablemente hacia el sexo sórdido y sublimado. Para el macho dominante, es el ser completo, ente mítico, o metafísico; apóstol de la diversidad sexual, símbolo de sí mismo. Un cachondo, en suma.

La ambigüedad que le alimenta genera ambigüedad en cuantos le rodean, y de ahí, todo lo demás. Matogrosso, septuagenario, gay, con un pasado “bi”; símbolo sexual más allá del propio sexo, crece con el show, se transforma, llega hasta donde pocos han llegado, pero, para explicar esto habría que tirar de Schopenhauer y  Kant, o de Freddy Mercury y Falete, y como que no.

Busque el interesado a Ney Matogrosso en el David Bowie de “Ziggy Stardust”, y en Miguel de Molina, Raphael, Lindsay Kemp, Iggy Pop, Chet Baker (en masculinizado), Sara Montiel, Carmen Miranda y hasta Manolita Chen… Ney Matogrosso es todos ello/as y ninguno/a; que lo que en Bowie, Molina, etc. era/es disfraz, en Matogrosso es Universo (Matogrosso atraviesa eras y continentes). Ni reinona, ni caricatura: un tipo serio y contumaz, escueto y disciplinado. Las apariencias, en NM, engañan.

Hacia el not-so Happy End. El artista ha reaparecido de lamé argénteo, a tono con su trono de aluminio refulgente en el que asienta sus posaderas cada de cuando en cuando. Un respiro, el primero de la tarde –“eso no parece agua mineral”, apunta el colega de butaca-, y “Roendo as unas”, de Paulinho da Viola, en versión “latinizada: “meu samba não se importa que eu esteja numa de andar roendo as unhas pela madrugada…” las hordas braman a coro desafinado:

“meu samba não se importa se desapareço, se digo uma mentira sem me arrepender…”.

Resulta que Ney Matogrosso es, además de todo lo dicho, un intérprete de marca mayor, de dónde su respeto escrupuloso por la materia sonora, la canción, o sea. Su voz fresca de contralto -alguno la calificaría como andrógina (lo es)-, ligeramente raspada en los agudos, brilla como recién pulida. Matogosso, 75 años, guapo, etc., sabe lo que canta, y por qué lo hace, y eso le lleva a cantar a los nuevos, los desconocidos. Y el personal, que no se las sabe: mal asunto. Y allí re-emerge el artista cual ave fénix, reclamando la cabeza de Donald Trump en la canción presumiblemente así llamada, con la que la grada vuelve en sí en un rugir antiimperialista y matogrosense, dícese por la patria chica del artista, Mato Grosso del Sur.

Y llega el preludio del happy end envuelto en aires sesenteros, los de la “Samba do Blackberry” –“Elha me trocara por el Blackberry…”-, con Cazuza, de nuevo, en la memoria, y Lou Reed, y Las Grecas, en el chi, chirí, chichichirí… y el fin de fiesta, ésta vez sí que sí,  con el artista de brazos y piernas en cruz frente a su público, en el principio como en el final. Aún saldrá una vez más para la interpretación más canónica de todas: “Ex-amor”, samba de Martinho da Vila. Y el personal, que le pide la “Rosa de Hiroshima”: too late. El artista ha hecho un mutis por el foro sin gracia artística alguna; un mutis desmitificador y anti catártico tras el que creo ver el ser humano oculto tras de los rímeles, los afeites y los años. Es un hecho: Ney Matogrosso no gusta de las transiciones.

Teatro Municipal, Rio de Janeiro. 22:30 h. A las puertas del teatro, la mujer de negro y rosa pálido contempla el escaso tráfico de vehículos mientras espera, solitaria, a hacerse un selfie con el artista.

Chema García Martínez

 

Notas

  • “En el escenario desafío todas las reglas. Soy osado, atrevido, sí, porque tengo que serlo” / “Siempre he dicho lo que pienso, si no me privé de dar mi opinión en la dictadura, ¿por qué voy a privarme ahora?” / “Estamos al borde de una guerra civil por culpa del Gobierno ridículo que nos gobierna” (en declaraciones a María Martín, “Ney Matogrosso: Brasil es más carca que antes”. El País, 19 de octubre de 2015). Desde hace años, el cantor no viaja fuera del país, sino puntualmente: “mi misión está aquí”, ha declarado, “fuera, no tengo nada que decir”.
  • Nyldo Moreira, “Ney Matogrosso, a catarse dele mesmo” (http://www2.sidneyrezende.com/)
  • María Martín, ibíd.

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