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Mesura, incluso en la mesura. Por Victoria Petersen

Una (no) resolución de fin de año

Con año nuevo a la vuelta de la esquina, el mundo comienza a hacer sus resoluciones de fin de año. En un balance que parece casi absurdo si tenemos en cuenta las circunstancias que afrontamos, medimos nuestros logros, nuestros fracasos, nuestra capacidad de resiliencia frente a las adversidades.

Y comenzamos a pensar qué nos gustaría incluir en nuestra lista para el 2021.

Hace algunos días hablando con amigas, les comentaba que no tengo ningún tipo de proyecto para el año entrante y que tampoco quiero hacer un balance de mi 2020. Con todo el cariño que me tienen, me recordaron que este fue un gran año para mí por muchas razones. El problema es que yo siento que podría haber hecho mucho más, que hubo cosas que dejé de lado porque sentía que el tiempo se escurría entre mis dedos. Y acá es donde introduzco esta frase: “Mesura, incluso en la mesura”. La palabra “mesura” hace alusión a la palabra “medida”.

Hubo una época en la que medía todo. Pasé por la anorexia durante dos años, y en ese tiempo medía cada cosa en mi vida. Es increíble cómo algunos hábitos que adoptamos parecen tener la capacidad de extenderse a todo a su alrededor, como un pulpo que termina succionando y asfixiando. Como bien decía, medía la cantidad de calorías que consumía, las grasas, las proteínas, etc. Antes de consumir algo, lo miraba, lo analizaba, pensaba cuánto tiempo me llevaría quemarlo: ¿Valía la pena? Luego medía la cantidad de horas que pasaba entrenando y el tipo de ejercicio que hacía. Nada podía hacerme ganar mucho músculo. Todo en mi vida estaba calculado. Antes de subir una foto a mis redes sociales, medía qué tan flaca me veía, ni mucho para que las personas no creyeran que estaba enferma, ni poco para que las agencias de modelaje pensaran que no calificaba. Analizaba dónde podía ir a comer con mis amigos para asegurarme de que pudiera pedir algo acorde a mi “dieta”. Mi vida era una regla constante, donde los números jamás podían superar los 90 cm.

Cuando por fin, luego de dos años, me cansé y volví a comer, a llevar una vida “normal”, comencé a medir otras cosas. Es curioso cómo algunas cosas, en lugar de desaparecer, se trasladan. Toda esa medida que ponía sobre mi cuerpo la trasladé a otros aspectos de mi vida, esa vara invisible la puse encima de mí. Porque sentía que, al no ser modelo, no tener 90 cm de cadera y no ser considerada hegemónica, entonces no era suficiente. Y comencé a medir una vez más mis logros. Dentro de esa medida, no medí cuánto dejé allí. Me presioné para estudiar y obtener las mejores notas, para crecer en mi trabajo sin importar cuántas horas tuviera que trabajar. De a poco fui sumando cosas a mi vida, como ladrillos, para llenar el vacío que todo eso había dejado. Así terminé construyendo una pared que creía que me separaba de la persona que solía ser, que tanto mal me hacía.

Este año, la cuarentena me obligó a estar conmigo misma de nuevo y, en mi interior, esa pared me dividía, me conflictuaba, me sacaba espacio. Así que, de a poco, comencé a sacar los ladrillos, uno por uno, con mucho trabajo de introspección y autopercepción. Las actividades que más placer me dan y que también más frustraciones me traen –como mis clases de canto, de cerámica, la lectura, la terapia, las infinitas charlas con amigos– fueron las que me ayudaron en este proceso.

Hoy en día me mido en cosas que siento que no debería porque la realidad es que hago mucho más de lo que podría hacer. Siempre me exigí y probablemente siempre lo haga, pero tal vez se trata de entender en qué debemos medirnos, para cuidarnos a nosotros mismos. En mi caso, por ejemplo, me cuesta medir de una manera sana cuánto doy en mis vínculos. Este año me enamoré de alguien y me dejé llevar por lo que sentía, pero como un tren sin frenos terminé chocando contra el final de las vías a toda velocidad. No supe ni quise medir. Tal vez debería haber medido cuánto de mi cariño daba, porque lo que sentía creo que ni yo ni nadie podemos medirlo.

Si les cuento que la persona que me dijo la frase que encabeza este texto es la misma de la que me enamoré, ¿me creen? Qué irónica es la vida. Tal vez esa persona intentaba decirme algo cuando me dejó el post‑it en mi pared. O, tal vez, no.

Debo confesar, ahora que no hablamos más, que aquel día no logré identificarme con esta frase, pero me gusta creer que el tiempo le da un significado a todo, y es por eso que recién hoy logro hacer mi interpretación.

Al comenzar este artículo, pensaba que este fin de año no iba tener una resolución. Pero ahora, sí.

Supongo que la vida es una balanza, e indefectiblemente siempre va a haber una medida de por medio. El dilema es qué tanto nos dejamos llevar por ella.

Hay cosas que está bien no poder medirlas. Sería imposible contabilizar las risas con mis amigos, las lágrimas de tristeza y de alegría que derramé este año, los mimos que le hice a mi gato o la cantidad de besos que me di con la persona que mencioné anteriormente. Sin embargo, estoy segura de que todas estas cosas se sienten más de las que en verdad fueron. Porque fueron sinceras, porque fueron sentidas y porque hicieron que este año tuviera sentido.

Creo que, a esta altura, ya deben imaginarse cuál es mi resolución de fin de año: Mesura, incluso en la mesura.

Victoria Petersen, sus amigos la llaman Vi. Es Argentina y tiene 24 años. Desde chica le gusta sumergirse en los libros porque «en las palabras encuentro que la vida puede ser mucho más larga». Actualmente es estudiante de la carrera Artes de la Escritura, en la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires. «Escribo para pintar lo que siento, para entender lo que pienso y para reflejar mi amor por la vida.  Disfruto la escritura en castellano y en inglés». Pueden encontrar algunos de sus textos en el blog, https://vipetersen.wordpress.com./  y en diversas revistas. «¡Siempre estoy abierta a nuevas propuestas para seguir creciendo en lo que tanto me gusta!».

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