Luis Cañio: «Creo en el ser humano y también en Latinoamérica, con su magia y su espíritu tan golpeado por la historia». Por Aldo Alcota
Desde los bordes se asoma la escritura de Luis Cañio (Chile, 1975), semejante a un exorbitante salto que elude los muros impuestos por los discursos hegemónicos y una realidad competitiva, individualista y discriminatoria. “El, como miles, resisten a diario a la locura, la expoliación y el silenciamiento del conformismo en tiempos del capital sin freno”, según las palabras de Samuel Ibarra que aparecen en el prólogo de Psicofármaco (mi vida a las sombras), nuevo libro de poesía de Cañio por La Otra Costilla Ediciones (Chile).
Estamos ante un rebelde poeta de lúcidos versos, que combina su quehacer literario con una inquieta exploración en los terrenos de la performance y su activismo sobre el tema de la salud mental. Psicofármaco es un intenso pregón que se ubica en ese Chile de la rotura, fuera de todo oficialismo cultural, de sus concursos y relaciones públicas. Es poesía de las vísceras, de la calle, honesta, libre y de constante empuje.
Cañío ha publicado Bohemia del tercer mundo, editado por la Municipalidad de San Bernardo (Chile) en 2005. Participó en la antología En los llanos de lira de La Otra Costilla Ediciones en 2020 y en la revista de la misma editorial, número veintidós de 2019 (dirigida por Mónica Montero). Sus textos han sido publicados en la web Canibaal (Valencia, España). Hace unas semanas colaboró en un archivo sonoro junto al creador chileno Héctor Antúnez y fue presentado en la Bienal de Arquitectura de Tbilisi, Georgia (emitido por Common Waves-International Radio Collective). Su trabajo perfomático estuvo presente en encuentros como La paz como destino, Cuerpos plurales, Trayectos subjetivos, Uneatable / Intragable y Arte y trabajo, todos realizados en la Región Metropolitana de Chile.
Se agradece a Antay Ibarra y Víctor Nilo Barrales por sus registros fotográficos, utilizados en esta entrevista.
Aldo Alcota – En el prólogo de la antología 4M3R1C4, Novísima Poesía Latinoamericana, Héctor Hernández Montecinos se refería a los diversos textos de poetas recopilados en esa ocasión como “escrituras catárticas, postchamánicas, corpus de ruinas, ruinas de la lengua, de los lenguajes, de las hablas”, provenientes del “devenir y la interrupción”. ¿Cómo definirías tu escritura en relación a estos planteamientos, considerando que eres parte de una nueva generación de autoras y autores que intentan renovar día a día los trayectos de la poesía desde la periferia, desde el sur de América?
Luis Cañio – Frente a lo señalado no me gusta encasillar el acto poético. Como autor me obsesiona la voz propia, pero debo también tener en consideración que vivo en un contexto histórico y cultural; eso marca cualquier trabajo artístico como construcción de toda producción cultural. Desde la periferia de la postmodernidad y la región que habito, mi discurso se genera en la exclusión y a partir de esa experiencia de vida en lo territorial y personal, la poesía dialoga con aquello, con la violencia como telón de fondo. En cuanto a lo referido a las hablas, tengo la impresión que la cultura hablante se impregna de manera muy clara en mi trabajo; esta se sitúa en la postmodernidad y desde Sudamérica deja una impronta considerable como creación y recreación del modelo y la ruina en lo escrito. La definición de mi escritura (soy pésimo en el tema de las etiquetas) es el intento de situar y orientar la imagen del fracaso, la soledad, el desarraigo y la contradicción del modelo. En ese escenario, el hablante lírico arma su discurso poético en el ambiente complejo y su entorno es un grito simbólico hacia el devenir desesperanzado.
A. A. – Tu nuevo libro Psicofármaco (Mi vida en las sombras) es una crítica descarnada hacia una sociedad llena de desamparo, brutalidad, desamor, precariedad, melancolía, segregación en “un Santiago hostil” (definición que aparece en uno de tus versos). O según la cita de Samuel Ibarra referente a tu obra: “Cada poema a su modo, es una pequeña batalla con la angustia y el encierro”. ¿Psicofármaco es una manera de enfrentarse a un mundo despiadado, a través de un mecanismo escritural de resistencia? ¿La poesía, en tu caso, se convierte en una manera de lucha constante contra el entorno que te ha tocado vivir? ¿Es la escritura un medio para no sucumbir, mantenerse despierto?
L. C. – Soy partidario de que cualquier actividad artística contiene una buena capacidad de resistencia si se tiene en cuenta la problemática social en la que se encuentra, una vía de escape al mismo sujeto aturdido, alienado del mundo actual. Psicofármaco también se hace cargo de aquello como manera de lucha. Es un combate y resistencia en el contexto que se desenvuelve. El arte tiene una influencia enorme en los procesos de la vida humana, a través de la cual se desarrolla la relación entre la persona que está en el mundo y la que está en la mente. Por lo tanto, en mi caso, no escapa a lo dicho; la poesía es un enorme refugio para los distintos factores de la realidad humana y social que se han convertido en un medio de contención personal, frente a una realidad hostil con sujetos funcionales y alienados. El poeta es un “llamado abierto”, en el que se rescatan los sueños aún no cosificados de esta soledad mercantil.
A. A. – Aparece reiteradamente el elemento de la pieza, la habitación en Psicofármaco: “se marchita en una pieza a oscuras”; “Anémonas caen por los bordes / de su pieza”; “Él es más que una pieza”; “Tiemblo / en la habitación / mi espejo / una boca mordida por el sexo del invierno”. ¿Qué es para ti la pieza? ¿Es un lugar de tensión, experimentación, un espacio-poema de flujos emocionales y mentales donde el recuerdo coaliciona con la derrota, con lo que no fue, y ese desplome de todo deja paso a la alucinación y al desgarro?
L. C. – En relación con el espacio habitado al que te refieres, en Chile desde fines de los años ochenta y durante el período de la Concertación, se realizaron proyectos inmobiliarios como política de construcción de viviendas públicas. Fueron edificándose en el marco de una reducción de espacios. Entonces el proletariado fue viviendo en la estrechez y el hacinamiento. En aquella escena no había manera de que mi escritura tuviera un gran componente en ese espacio estrecho (soy parte del proletariado), por lo que fluye este lugar en mis escritos como encuentros y desencuentros, como un espacio para la abstracción delirante y violenta, en la visión del desamparo y el desgarro, como sitio del fracaso, el asumir la derrota en los distintos cuadros del desamor y la pérdida absoluta, la desazón, el sin sentido en el campo de la ideas, la reflexión y el sopesar como forma de evasión. Por eso, el entorno inmediato que es la pieza se dibuja en la narración de Psicofármaco de manera presencial y escenógrafica. Tiene ese protagonismo.
A. A. – En Psicofármaco dejas en evidencia que los fármacos son una forma de domesticación, una de tantas (“farmacología de laboratorios para proteger al abusador y domesticar / la última religión”). ¿Cuál es la magnitud de esa crueldad, más si proviene de un cuestionado sistema farmacológico y psiquiátrico que tú has vivido y padecido en carne propia? El título del libro lleva esa inscripción sombría que desenmascara, con el transcurso de su lectura, ese estado sintético, impuesto y manipulado por el sistema dominante.
L. C. – Creo no ver al sistema biomédico psiquiátrico muy cuestionado; más bien veo una cierta tolerancia por parte de las personas, las cuales cuentan con un alto nivel de desinformación e ingenuidad al respecto. Es verdad que funciona como tentáculo del modelo de mercado y control social. Mi experiencia en el área de la salud mental, como usuario en tratamientos farmacológicos con terapia ocupacional y sesiones de psicoterapias por casi diez años fue una experiencia horrible, sobre todo en el campo de lo farmacológico. Me deben más de siete años por un anestesiamiento. Aquellos «tratamientos» tienen una carga en la invasión del cuerpo, un nivel alto de deterioro de los órganos por el consumo prolongado de químicos, alterando su funciones. Por otro lado, se encuentran las etiquetas «diagnósticos», que más que aclarar son usadas muchas veces por los mismos usuarios como forma de justificar sus actos; y por otro están los estigmas en una sociedad como la chilena, discriminadora. El cuadro entonces no se ve alentador. El sistema de salud en Chile fue abandonado por el Estado, pasando a ser otro modelo de negocio, un bien de consumo. El servicio de salud de los hospitales públicos con escasos recursos económicos también se encuentra en esa dirección. Otro papel juegan los laboratorios y las farmacéuticas que reproducen el modelo de la oferta y demanda, el aumento de ganancia y la reducción de costos que el sistema psiquiátrico continúa con las mismas características. Como control social se encuentra el alto consumo de somníferos por la población chilena, además de la excesiva ingesta de alcohol. También se debe tener en cuenta que en las instituciones de salud mental hay personas que realizan su trabajo de una manera decente, con el peso de la institución, generando intervenciones acertadas y proponiendo la desfarmacolización o escuchando al usuario. Soy parte de eso como resultado, con una distancia ya de casi ocho años sin fármacos.
Psicofármaco lleva ese peso de la experiencia en el terreno del uso y desuso a modo de evidencia, en ambos lados de la vivencia, como también el trasfondo social en el que se encuentra el hablante lírico, visibilizando la temática.
A. A. – Guattari repara en Cartografías del deseo (en coautoría con Suely Rolnik) que “Los individuos son reducidos a engranajes concentrados sobre el valor de sus actos, valor que responde al mercado capitalista y sus equivalentes generales. Son robots, solitarios y angustiados, absorbiendo cada vez más las drogas que el poder les proporciona”. ¿Considerarías a la poesía, el acto poético, un elemento disruptivo a esta maquinaria despótica y monstruosa que se le impone al ser humano desde su infancia? ¿Puede generar la creación artística, literaria, un mundo alternativo, más libre al que vemos a diario y así desprenderse incluso del control social que hay al interior de las mismas personas?
L. C. – La historia nos enseña que el ser humano siempre ha tenido un estrecho vínculo con el arte, lo que significa la práctica y el desarrollo. En este sentido, goza de atributos necesarios para la armonía, la contención y el poder de curar el alma en momentos históricos de dolor, de devastación o miseria. La creación en ese sentido como proceso y actividad, tiene una potencia máxima para la salud humana integral; de forma efectiva cualquiera que ella sea artísticamente, hace desencadenar nudos y hacer frente a sus contextos adversos. Liberar el alma humana, canalizar, enfocar, volver en si al llamado del ser en su mejor forma y expresión, de cambiar lo conocido y el conocimiento estructural, formado o deformado. Un sustrato de sanación terapéutico contra la hegemonía estándar de las redes de construcción, ejercida por el mercado y su cultura impuesta.
A. A. – Diario Pobla es un poema que se vuelve manifiesto, una voz situada en los márgenes, que representa a otras y otros que padecen la misma situación de desamparado, desigualdad, hambre, violencia, en ese simulacro de exitismo y triunfalismo de un modelo económico impuesto en Chile por décadas: “la escena / del neocolonialismo donde / morenos / nos juntamos a danzar / al compás del posmodernismo / en cuarta fila”. Recuerdo ahora otro poema tuyo, Señales de viaje, que no está en Psicofármaco pero tiene relación con lo comentado anteriormente (“A Chile le debo el pecado del alcohol y más de unos cuantos psicofármacos impuestos para validar mi rareza (…) A Chile le debo una juventud en una población sin veredas”). Estos textos tienen una fuerza comparable a la canción tan vigente de Los Prisioneros, El baile de los que sobran. ¿Cómo sobrevivir a esa tragedia histórica, a esa fragilidad humana, al abandono, al “Nunca salí del horroroso Chile” de Enrique Lihn?
L. C. – Difícil para personas con un buen nivel de sensibilidad. Como muchos artistas, soy muy crítico a los discursos totalizantes, objetivos, oficiales y las certezas. Sobrevivir en relación con el arte y la comunidad. El arte cómo trinchera y espacio de trabajo personal. La comunidad con relaciones de seres sociales, eso somos, el diálogo como catarsis de expresión de nuestra vida, accionar la sana convivencia a través de él. Tener presente al tercero en nuestras acciones, generar redes de apoyo como acto de rebeldía en un sistema que promueve el individualismo. Apropiarse de la calle y la enorme enseñanza que nos entrega el ser social, con nuestras luces y sombras. De esa manera contar con el otro e incorporar la otredad y cultivar la capacidad de empatía; son elementos que pueden funcionar en un ambiente muy alto de exitismo como nos propone este modelo.
A. A. – Con tu visión de poeta me gustaría que definieras a América Latina y cómo la imaginas en el futuro, un continente sufrido, tal como lo expresara Pablo de Rokha: “Es América a la cual le tocamos las entrañas ensangrentadas, en el corazón de este pueblo dulce de azúcar triste, que llora callado”.
L. C. – Una masa con sus dolores, con la cabeza aún en alto, con la presencia indígena que fluye arquetípica, con el canto en sus venas, con la magia presente. Sin embargo, le duelen los pechos y camina por la tarde del mundo encorvada, tiene los ojos llorosos en la noche de la historia. Lationamérica, tránsitos coloniales, neocoloniales. Latinoamérica con sus ropas del pasado ensangrentado, con dictaduras, con gobiernos títeres, con intervenciones de los países de las economías capitalistas dominantes, con sus respectivas oligarquías que dominan y controlan a sus habitantes. El latino tiene la introversión en la piel, el carnaval en los pies; cuenta sus genocidios de siglos, se siente el poder de la tierra en sus vísceras. En el contexto actual, está marcado el modelo capitalista con su lógica que también a permeado con el individualismo en Chile. Se siente muy presente acá. El chileno esta más malo; ha calado hondo el sistema de mercancías, el consumismo, el materialismo. Si en los ochenta el chileno era gris, ahora lo veo con escasa profundidad y participación en la vida comunitaria, despolitizado o apolítico, con poco respeto por los demás, tratando de sacar ventaja poco honesta y con una visión de corto plazo. En esto tienen mucha responsabilidad las autoridades, que en cierta forma introdujeron en el adn del chileno el materialismo, el consumo, el dinero a cambio de los derechos sociales. En el futuro de este continente quiero tener esperanza. Creo en el ser humano y también en Latinoamérica, con su magia y su espíritu tan golpeado por la historia.
A. A. – Aparecen publicados al final de Psicofármaco una serie de afiches correspondientes a tus participaciones en varios encuentros de performances en Chile (Trayectos Subjetivos, Uneatable / Intragable o Arte y Trabajo), lo que le otorga un enriquecedor y significativo apoyo visual al libro y a tu obra. ¿Cuál ha sido tu experiencia en los circuitos performáticos y la importancia de su cruce con tu escritura?
L. C. – Esos cruces dieron potencia a mi labor en la escritura, una experiencia que me ha dado vigor y una amplia visión como poeta. En cuanto a la experiencia entre los circuitos artísticos junto con el diálogo entre las formas o disciplinas, fortalecen los escritos, los enriquecen en matices y colores por la amplia gama de géneros que componen la perfomance. Más que un descubrimiento, a sido un reencuentro con mi adolescencia. Tocaba guitarra y dibujaba, lo que a través del tiempo desapareció por encasillar mi trabajo a una rama. También está el tema de los tratamientos psiquiátricos; lo otro, las lecturas y relecturas de poetas que han sido verdaderos faros, pero se fueron agotando. Luego con la interacción con el circuito en Santiago de performance, los cruces de disciplinas, lo simbólico, la poesía que contienen algunas acciones, en un momento crítico de vocación, trajeron un aire fresco y renovaron mi compromiso como artista.
A. A. – Has participado en charlas sobre salud mental y tienes un estrecho acercamiento al movimiento de la antipsiquiatría y a grupos activistas relacionados al tema. ¿Cuáles serían las soluciones para ti, a las problemáticas de la salud mental en el mundo actual? ¿Qué papel jugaría el arte y la escritura en todo esto?
L. C. – La poca sociabilidad en el sujeto postmoderno actual, el exceso de individualismo, las comunidades fragmentadas, los vínculos rotos, por ahí va la problemática de los tiempos en que nos ha tocado vivir. La destrucción de sindicatos, las juntas de vecinos, los partidos politicos, dejando a la gente en manos de religiones como los evangélicos o el tráfico de drogas, que también tienen sistemas económicos en las comunidades por el abandono de la población, en los sectores donde se ejerce la violencia y que trae ese tipo de comercio, en eso desemboca la salud mental. Entonces se ven cosas como el aumento de suicidios, el consumo de benzodiazepinas como forma de evadir la realidad inmediata. También el haber sido parte de grupos antisiquiátricos de apoyo mutuo, con nuevas formas de desarrollo de conocimiento, su propio mensaje y acciones, ha sido toda una experiencia que enriqueció mi obra y mi vida. El arte con su componente sanador donde se encuentra el ser humano, tiene la gran capacidad de ser una vía de salvación. No lo es todo en salud mental, pero es un gran apoyo como dice un amigo, un tiempo muy bien invertido, un refugio, una vía de escape necesaria. Claro como dije no es todo el arte; también esta el armar comunidad a través de sindicatos, juntas vecinales, clubes deportivos. Motivar a las personas en eso. El ser humano es un ser social, más que todos los otros seres que habitan el planeta. Todos nos necesitamos, aunque se nos haya dicho lo contrario por casi docientos años. Y el arte es un elemento con un gran potencial para situaciones de ansiedad. La capacidad de reunir a los seres humanos frente a un mundo de gran exigencia y estrés, donde la derrota, el fracaso puede ser aceptado en una humanidad exitosa, en busca de la fama y la escasa reflexión.
A. A. – Tu trabajo vadea la escritura, la performance, el artefacto visual que se apoya en el collage, el dibujo, la fotografía, los materiales en desuso. Hay una necesidad constante de ampliar tu campo creativo. Exorcizar lo que has vivido. Paz Errázuriz dice que lo chileno “tiene que ver con el desgarro y lo precario”, cuestiones que se darían también en tu obra. Quería preguntarte si estás de acuerdo con todo esto y si tu arte es una forma no sólo de polemizar con las imposiciones hegemónicas, sino también un modo de curar heridas.
L. C. – La mixtura, el ampliar lo conocido por diferentes modos, la búsqueda de nuevas formas y elementos según mi experiencia, tiene una aperture impuesta por el juego que no obedece a códigos de estructura. En múltiples ramas del arte, de manera lúdica, justifica la palabra creación, tan manoseada. Da un nuevo aire a lo convencional. En cuanto al disenso ante la opción general en el mundo de las ideas, el consenso, me parece sano que exista este disentimiento, un ¿por qué no? Ante la opinión totalizante, otro juicio contrario que se alimente de argumentos sólidos, de conocimiento y práctica. Vivimos en un momento cultural de una mirada absoluta, con una sola verdad, y cuando aparece una voz que cuestiona esa mirada se tiende a apagar y a silenciar. Las voces del disenso son bienvenidas cuando se encuentra con los códigos del respeto y no justifica los abusos; son necesarias para la discusión sana, otra manera que ve el trasfondo de la problemática, la causa, los gatillantes desde otro punto de vista ante los mismos hechos o actos. Creo que los discursos totalizantes, hegemónicos, generales y absolutos generan daño al no tener la consideracion de los matices. En eso está el tema de polemizar. Todo cuestionamiento es válido frente a las certezas oficiales. Mover el piso a los discursos de la posverdad y la dictadura de lo políticamente correcto.
Como poeta del tercer mundo, lo precario tiene un relevante interés y es un potencial para el desarrollo escritural. Cobra gran importancia en mi trabajo poético. Lo del desgarro en ser latino, con la música de fondo de un Juan Gabriel, una Ana Gabriel, una Chavela Vargas… Te dice mucho de la cultura de este territorio, el existencialismo latinoamericano, y con esa música de fondo desde la niñez el desgarro te marca. Soy hijo de aquello, los latinos tenemos sobreexpuesto el corazón.
A. A. – Si tuvieras un espejo frente a ti y te preguntaras a ti mismo ¿Quién es Luis Cañio? ¿Qué te responderías?
L. C. – La definición es difícil. El mejor intento, la posibilidad del poema, pensar y repensar el mundo, el fracaso como respuesta, una historia de vida llevada a la práctica. El mal menor, un poeta en banca rota, la constancia, la inconclusión, la contradicción, la indefinición. No me veo sin el quehacer artístico. Ello ha tenido un influjo poderoso en toda mi vida, por lo que Luis Cañio tiene un pacto de sangre con el arte.