ActualidadRelatos

La otra pandemia. Por Fàtima Beltrán Curto

Hoy se cumple la tercera semana de confinamiento decretada por el gobierno estatal. Ni siquiera sabemos si va a tratarse de la última o bien, tal y como parece que se está convirtiendo en costumbre, será prorrogada una vez más.

Lo cierto es que desde que comenzaron a oírse las primeras y apocalípticas voces mencionando la existencia, allá en la lejana China, de una aterradora enfermedad de dimensiones bíblicas hasta día de hoy, mi mundo conocido ha dado un giro de ciento ochenta grados.

 Antes estaba acostumbrada a verte, por lo menos dos o tres veces cada semana. Siempre lograbas ingeniártelas para dar esquinazo a tu esposa y reunirte conmigo después del trabajo o, incluso, para cenar algún que otro viernes. No te diré que aquello me bastara, pero me agarraba a tus promesas y quería creer que, más pronto que tarde, encontrarías el valor para dar el paso y ser consecuente con aquello que decías sentir y anhelar. 

No voy a ponerme melodramática, siempre me acusas de hacerlo y por esta vez no pienso darte el gusto de reprochármelo, aunque ya haya bebido un par de gin-tonics en lo que llevo de noche mientras pienso en escribirte estas líneas.

 Una pandemia es, se mire por donde se mire, algo terrible y si me apuras hasta pasado de moda pero, dada mi comprometida situación, me veo con la legitimidad necesaria para hacer hincapié en lo que su escandalosa y devastadora aparición en escena está acarreando de propina. Porque su publicitada guadaña ha provocado no sólo muertes y bancarrotas, consigo ha traído también la callada asfixia, entre el impuesto silencio y el humillador anonimato, de tantos hombres y mujeres que como yo misma, llevan ejerciendo de leales amantes, tal vez durante años, de maridos y esposas infieles, como tú, que ahora se han encerrado junto a sus parejas e hijos en casa y ahí permanecen, recluidos y ajenos al sufrimiento que sus múltiples inseguridades y mentiras puedan ocasionar a ambos bandos del tablero. Mientras, en mi lado de la moneda, estamos los que arañamos razones y argumentos, a la razón y a su falta, para continuar creyendo.

Debo seguir siendo paciente, entender con abnegado estoicismo y resignación que estando aislado junto a tu familia no te resulta tan sencillo llamar o mandar algún mísero mensaje, que cuando me llega lo leo y releo, tratándolo de exprimir con los ojos para que no me sepa a tan poco. 

 Yo, por mi parte, vivo este encierro en la soledad de mi reducido y céntrico apartamento, ese que tantas veces has visitado sirviéndote de mentiras como salvoconducto para ello. Ni siquiera tengo libertad para llamarte o escribirte, si lo hiciera podría acarrearte problemas y tú acusarme de desquiciada, así que mitigo las ganas de hacerlo desahogándome por teléfono con amigas de guardia, conocedoras de la indigna ratonera en la que me hallo enclavada. 

Si me sirvo otra copa y me miro de frente al espejo, tropiezo con el rostro ojeroso y ajado de una de esas heroínas rotas, típicas de copla desdichada o del cine de Almodóvar que a ti tanto te gusta. Con este maldito enclaustramiento enloquezco y aprovecho la enajenación, que el insomnio me imbuye, como eximente  para permitirme  rastrear, por las redes, cualquier huella en forma de fotografía feliz que tu esposa haya podido colgar. ¿Sabes? No parece que os llevéis tan mal ni que, como sueles decir, estéis a punto de separaros. Tu aspecto es, de lejos, mucho mejor que el mío. 

Tres semanas de confinamiento, tres semanas sin apenas contacto contigo, conformándome con la limosna de un rácano y genérico emoticono en forma de beso. Tal vez esto se prorrogue y yo continúe envenenándome las madrugadas con nuevas imágenes de tu familia feliz que tanto detesto, esa misma que ibas a abandonar por tu bien y el de los niños.

Me pregunto cuántas mujeres estarán en idéntica situación a la mía en medio de esta pandemia. A cuántos amantes ha puesto en jaque esta inesperada y delirante situación. ¿Qué mentiras nuevas esgrimirás cuando todo esto acabe? El mundo se ha detenido y esta pegajosa enfermedad saca a flote las miserias de cada uno. Me da igual aquello que sea que me recites cuando haya terminado la orden de confinamiento decretada por este gobierno, lo único que quiero es tener las fuerzas necesarias para, esta vez, no obligarme a creerte.

Fàtima Beltran nace en Tortosa en 1977. Tras estudiar Derecho en la URV realizó un postgrado en Derecho concursal en la Abat Oliba y otro postgrado en Práctica jurídica en el ICAB. Se instaló en Barcelona, dónde ejerció como abogada y acabó trabajando en el Departamento Jurídico de una Multinacional dedicada a los seguros.

En 2019 publica su primera novela, Bienalados, un trabajo muy influenciado por el realismo mágico de corte más clásico con el que ha cosechado críticas muy favorables. Con anterioridad había ganado pequeños premios literarios de poesía y publicado algunos relatos breves.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *