Juan Diego: Entre Shakespeare y Vallejo. Por Javier Herreros
Al conocer la noticia de la muerte de Juan Diego, ha venido a mi corazón el recuerdo de dos tardes luminosas. La primera, una tarde otoñal de 2014. En el Teatro Español de Madrid, Ricardo III. La taquillera me informa de que solo quedan entradas de visibilidad reducida, mas no importa, porque es una cima de la dramaturgia universal, y yo me conformo con escuchar la palabra de Shakespeare aunque me encuentre distante del escenario. Y así, detrás de una columna, en un lejano anfiteatro, vi a Juan Diego interpretar al poderoso monarca. Pero, sobre todo, escuché su voz honda, pulmonar, abarcadora, una voz que nacía muy de dentro, inconfundible. Que he tenido la suerte de asistir a muchos montajes dramáticos y acudir a muchos teatros, y a veces me he sentado en butacas próximas a las tablas, y jamás he sentido la emoción que sentí aquel día de octubre de hace siete años y medio, aunque viese a lo lejos la representación. Y ahora, después de fallecer este enorme intérprete todoterreno, polifacético como Fernán Gómez, Amparo Soler Leal, Lola Gaos y José Sacristán, las palabras del rey shakespeariano, «¡Mi reino por un caballo!», llevan ya para siempre el sonido de su voz.
Y la segunda tarde, a los pocos meses de aquel inolvidable Ricardo III, en la primavera de 2015, mayo, en la sala La Riviera. Acto de campaña de IU para las elecciones autonómicas. Acudo con mis amigos de la universidad. Tras la energía roquera de Miguel Ríos, aparece en escena Juan Diego. Porta unos pocos folios con los versos de un grandísimo poeta: César Vallejo. Y de nuevo, en esta ocasión más cercana, la voz inconfundible, abarcadora, pulmonar, honda. Una voz que otorgaba vida al poema «Los nueve monstruos». Porque en la voz de Juan Diego el poema vallejiano alcanza nuestros corazones, y la ciudad, y el país, y el continente, y los océanos y las selvas, y sigue y sigue viviendo más allá, voz cósmica, y llega a otros planetas, otros satélites, otras constelaciones, el universo entero. Que he sido afortunado al escuchar los poemas de poetas y poetisas de España y de otros países, y me conmovieron versos bellísimos, pero nunca con la magia y la hondura con la que Juan Diego, aquella tarde primaveral de 2015, pronunciara los versos de Vallejo: «¡Ah!, desgraciadamente, hombres humanos, / hay, hermanos, muchísimo que hacer».
Muchos años antes de «Los nueves monstruos» en La Riviera o Ricardo III en El Español, a finales de la década de los 90, cuando yo era un adolescente, vi, gracias a mi hermano Jorge, a Juan Diego en una película rodada en Extremadura. El señorito Iván, Delibes, Mario Camus, Los santos inocentes. Pasaría todavía bastante tiempo hasta que asociara a Juan Diego con aquel magistral papel cinematográfico. Y aún más tiempo hasta que leyese a Vallejo y a Shakespeare. Y en este abril que concluye con la amarga noticia de la muerte del insigne actor, he vuelto a acordarme de su voz humanísima, voz de dolor y de esperanza, de luz y de lamento, voz terrenal e interplanetaria, imperecedera voz de Juan Diego.
Javier Herreros Martínez. Profesor de Lengua Castellana y Literatura del IES Vega del Jarama de San Fernando de Henares (Madrid).