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Hornacina. Por Nicolás López-Pérez

¿Quién me encerró en esta urdimbre demente de quarks y electrones? ¿Por qué tengo órganos y tejidos como los de los escarabajos y los reptiles? ¿Qué tengo que ver yo con mis dedos, mi casa, mis estrellas, mis padres, mi piel? ¿Por qué no recuerdo el tiempo anterior a mi nascimiento? ¿Por qué no puedo recordar el futuro? He sentido siempre tanto miedo del mundo en el que me encuentro enterrado que, al fin y al cabo, no puedo evitar pensar que la realidad es tan solo miedo puro, miedo helado. Vivo con miedo, respiro miedo, trago miedo, seré enterrado, en miedo. Transmito mi miedo de generación en generación, tal y como lo he recibido yo de mis padres y mis abuelos.

Mircea Cărtărescu

Poner los puntos sobre las íes. Bastantes recuerdos y un par de olvidos no atendidos para entrar en el estado extático en que no se escribe que se escribe. A media noche, observaciones finales para afinar la puntería de un par de desobediencias. Leer, escribir, releer, desechar, guardar, contar para vivir, vivir como método de aproximación a la tormenta, como manera de tener un color y ser coloreado por el mundo, para estar en monocromo y no, para asociar y disociar emociones, para transitar por texturas donde se ha estado y donde nunca se ha estado, aunque algunas sean más ásperas que lo áspero. Algunos tropos no nos abandonan. Los que quedan, vienen del naufragio en la vivencia común. De antemano, todo está en cavar una trinchera. Donde el horizonte se hace uno con su reflejo. La poesía es un dron en la tempestad. Su camarita se moja hacia el corazón de las lluvias. Las gotas que caen, permanecen para cambiar. Ese es el vehículo de estos vagos cantos.

Chancón, invierno 2021.-

Canciones de amor en la radio. Los campos magnéticos estremecen. Un archivo frente a otro. De sus ondas, una resonancia que toca la punta de los labios. Un tacto inusitado. De otro tiempo. De otra química. Es un nombre conocido. Y un nombre reconocido. Por otro lado, este invierno escribo los poemas que dibujaron mi perdición. Los publicaron en un diario virtual. La crítica me encuentra interesante. Mi corazón se envuelve entre partículas de polvo. Los únicos libros que llevo conmigo son los de mis sueños y pesadillas. Dos son los cafés que bebo al día. La máquina de escribir son mis manos. Afirman quién soy. Defienden quién soy. Están dedicados a nadie. Y en realidad, son canales de televisión. A medio color. Como distingue un perro. O un gato. Contra todo: escribo para comprimir mi vida en folios. Escribo sobre el pasado, desde el presente. Pensar las cosas es verlas. Chapoteando en el misterio. Pensar las cosas también es vivirlas. Como en un sueño. La experiencia puede más. La vida, también. Bordear es imaginar. Tan solo los contornos. Y las ruinas eres tú. Vas por la ciudad tocado por cierta música. Apagando con tus latidos la alarma de tu corazón que despierta. A los pasos: fachadas y fachadas. Una sinfonía de colores. Y música para una película imaginaria. Un corte con física elemental: la materia está en movimiento. La cabeza en el animismo. Las cosas cobran vida. Aquí y ahora. Las cosas se quieren volver literatura. De alguna forma, se moldean. Son los subtítulos de un lugar conocido. El montaje y la frecuencia. La mezcla es un desastre. Una acumulación involuntaria. Nostálgica. Caótica. La música es aleatoria y sugerente. Una sucesión de hallazgos. Creíanse perdidos. Oh, sí. Así creíanse. El nombre retorna. Tras mirarte desde el espejo. Y ya no es escritura para nadie. Es dirección. Y rumbo. Detrás de una carpeta que ya no se puede abrir. Todos los pasos tienen la forma del pasado*. Caminar es trastornar rutas a cualquier lugar. Menos a casa. Caminante, camino al desvío. Un almacén se acuerda del nombre de tal. La coincidencia de historias ya no es coincidencia. Es un avión que reduce las distancias. Con el lenguaje. Con la frágil estabilidad de los nombres. Y el cerrojo de lo vivido. Lo que aún no es parte de la ruina, parte de ti. Y no sabe que está a punto de serlo. Esta no es otra hidrografía. Los nombres: un más acá del más allá. La inestable estabilidad. Mañana cambian. El telón de fondo es una ciudad. Teoría del viaje: puede ser Lima, Nápoles o Barcelona. Excusa. Lo que no funciona allá, tampoco lo hará acá. A continuación, tomar las palabras y amar las vísceras: desde ahí escupir en el núcleo de una página, habitar una tierra que fue anecúmene. Hoy levanto búnkeres en el patio de mi casa. El nombre es una salida de emergencia, un botón de eyección. Las canciones de amor me inventan una ventana en el cinerario. Se repara mi lengua. Se incendia por la boca de otros. De a poquito. En la minucia, de las cenizas vuelve; hace zoom a un cuerpo donde mis manos fueron felices. Entonces, proferir la palabra amor es refrenarse. De una vez por todas. Al vértigo. Suena otra canción de amor. Sube el volumen. El recuerdo es a nadie con derecho a ser alguien. El amor se me inventa cada vez. Por cada ser amado. La realización y el fracaso. Lo absurdo y lo sublime. Ya fue: se escribe para que vuelva a ocurrir lo que no ocurrió. Realismo total: no hay como el amor para darse un guatazo. Escribir, oh sí. Fértil provincia para un poema que dejó de escribirse. Un poema, esta corporeidad mortal y rosa, donde el amor inventa su infinito**La radio se interrumpe. De golpe. Le siguió: el canto de las heridas; el dictado de la ausencia; el desarme de unas circunstancias. A solas. Con unos labios que ya no besan. Ni a su madre. Así inventé la máquina de ser feliz. Con palitos de helado pintados con tempera. Todo por unas gotas de azar que cambian años de olvido.

* Juan Eduardo Cirlot, “Introducción”, Elegía sumeria (1949).

** Pedro Salinas, La voz a ti debida (1933).

La pasión según la (última) prosa. O la escritura que se extingue. O el agua moribunda. Yo soy la puerta. La inercia del estilo. Las palabras ya no quieren caer. Como la lluvia. En un majestuoso día de invierno. Uno memorable. El cielo tiene un hoyo. La exageración lleva al pasmo. Es tan parecido al ojo de un huracán. Y no. Es un cielo gris, después de una llovizna matutina. Bajo él, una ciudad rayada hasta sus pantorrillas. Y todas las murallas piden. Y todas las calles asfaltadas respiran. El humo de las muchedumbres. La literatura quedó suspendida. Cada persona tiene un revólver en la boca. Lo dispara con la palma de la mano. Donde más duele. La lengua está rota. La literatura llegó demasiado tarde. Quien escribe, quemó sus naves. Aún no sabe qué es todo esto. O la diáspora de sus delirios. O la curación frente a quienes pierden su vida en un instante. La palabra es rápida. Se embadurna por el sentimiento. Un aderezo sujeto a la mesura. Bien: las naves se queman todavía. La resina de su verbo es viscosa. Cuando no hay literatura nada está permitido. Aunque se crea lo contrario. Feudos y latifundios intocables. O comes del fruto. O te llega un escopetazo. A quemarropa. El mundo en el que solía vivir. Uf. El que suicidó a la literatura. Entre el polvo y la falta de contención. El mundo es un campo de batalla. Tal como lo recordaban los ancestros. Entre violencia y violencia. La belleza se asoma como un fetiche, un altar de promesas. Naves quemadas y una renuncia: vivir sin literatura. El próximo paso es vivir sin poesía. No hay espacio para otro confesionario. Ni para alaridos pendientes de la venganza y la lástima. La degradación está a flor de piel. Mudar de entrañas al silencio. A la reconciliación con la tierra. Sin palabras. En flujo. Sabemos que estamos de paso y que nada importante vendrá después de nosotros. En los terremotos del futuro, confío*. Los libros serán abono. Y florecer, algún día, sin prisa. En su momento. Echar raíces en la tinta. Y en la página. Quemaste las naves. Quemaste el archivo. Ni fotos ni etiquetas con tu nombre. Quemaste todo vestigio. Te volviste otro. Animal. Partir de cero no es posible. Llega un punto de no retorno. Uno es su propia historia. Y quienes aún lo recuerdan, para mal un problema ajeno; para bien, una dulzura que no volverá. En todos los casos, quitar culpas. Y desafectar. Si es preciso virar a la escritura, otra vez, escribir. Contra uno mismo. Por fin, este mundo es su propio reverso. Y ya no me volví tan loco. Me siento absurdo y heroico en medio de un río de palabras**. Lo que no explica la poesía. Aún queda retorno. Yo soy la puerta.

* Bertolt Brecht, “Balada del pobre Bertolt Brecht” (1922).

** Mario Montalbetti, “La brisa del N.O.”, 8 cuartetas en contra del caballo de paso peruano (2008).

Vida no completa. De alguna forma, ha llegado la ida. He foliado mis sentimientos. Con una anatomía perfecta, son los hoyos que descubren la luz. Yo soy ese que está a punto de irse. Ese al que las cosas dicen adiós. Poco a poco. La gran palabra viene. Es una marcha ciega hacia un punto entre la nada y el infinito. Veo pequeñas palabras que se acercan. Para nombrarlo todo. Con premura. Con alucinación. No dejo que ninguna se quede conmigo. Las palabras que han pasado son una experiencia privada. El contorno es una excusa. Es presente. Es una línea recta en el espacio. Actual. Y la previa al destello de una cámara que no lo ve todo. Mis ojos. Si escribí o he escrito, todo es presente. Hecho de agua viva. Me dejo suceder. Aunque antes de irme, una bienvenida. Una verdad inventada. En un cielo empapado de nubes. Amenizando un festival de colores en la calle Rubio. Escribo en desorden. Así es como vivo. Entre paisajes arruinados. Trabajo cuando duermo, porque entonces me muevo en el misterio*. Para no ser. Y perdurar. En la vida secreta de la noche. Vivir es una agitación en mí. Yo soy ese que está a punto de irse. Ese que le dice adiós a las cosas. Sin pronunciar esa maldita palabra. Adiós = imposibilidad al despedirse y quedarse. Todo lo que tengo es lo que llevo. En un cuadernito. Una vida hecha de apuntes. Borradores, crónicas, poemas, salmos. Pedacitos de muerte, escombros, fósiles digitales. Los sitios de silencio convertidos en obra**. Los sitios del suceso de la escritura ya son una tacha en los carteles. La ruta es una huella. Una miopía que ve más lejos el horizonte. El vértigo de una lengua desenrollándose. A las cinco de la mañana. La belleza del silencio en derredor hace sombra. Es la última noche en esta cama. La renuncia es una revelación. La gran palabra viene. Vivir es una agitación en mí. La lengua apremia. Nombrar para comunicar. Con claridad. Más allá de toda duda razonable. Un hito en la vida de un texto. Viajar. Conocer el mar. Viajar en una botella. Hacia una isla para recibir terapia de abandono. He foliado mis sentimientos. Solo tienen un número. La fecha y el espacio se han perdido. Deliberadamente. Dejo que las palabras se apoderen de lo que más puedan. Y no las detengo. Para ponerlas aquí y decir estas son las coordenadas de quien escribe. Escribo en desorden. Así es como vivo. Latitud y longitud son espejos tatuados en la planta de mis pies. Soy la tierra. Cuando la cultivo. Soy la tierra. Cuando la erosiono. Escribo sin conclusión. Contra la continuidad. O el río de la rutina. A diario, por períodos. Una vez que se ejercita la vida para preguntar por el trayecto del proyecto. Ya se decía: quien no construye su propia casa vuelve a las ruinas de la que tuvo***. Entonces, cómo volver a construir ciudades de papel. Mi escritura es el fantasma que susurra: yo soy escrito. Y no leído. Nada está en su lugar. Y los días, reiterados, pasan. Sin pensamientos. Sin relato. Sin el más mínimo registro. Y lo nuevo nace del hastío. Escribo. Bajo el sol. Todo es ancestral. Las imágenes ya no me dañan. La gran palabra ya viene. La espera por la que me he vaciado casi por completo. Yo soy ese que está a punto de irse. Dice adiós. El último apaga la luz. No te olvides.

* Clarice Lispector, Agua viva (1973).

** Vicente Huidobro, “Sea como sea”, Últimos poemas (1948).

*** Claudia Masin, “El pozo”, La plenitud (2010).

Umbral. Escribir para sí y escribir para los otros. Crear. Es un llamado o una decisión. Y para qué. Nunca aprendí a no escribir. El éxito ha sido una circunstancia excepcional. Materiales en el lugar indicado. Un texto es un espacio en constante disolución. Sus callejuelas, pasadizos, grietas, baches, entre los ejes poniente y oriente. En las otras direcciones, un vestíbulo de balbuceos abruptos. La literatura, en peores condiciones. Las palabras no ven quien las coloca. No se produce ese cortocircuito elemental. No se produce. Siguen su curso hasta el mar. Las más veloces lograrán fugarse. A la reproducción. Y, por ende, podrán continuar el ciclo de la muerte. Hasta otras intemperies. Qué lindo. Han quedado un par de combinaciones destruidas en la construcción. Un terraplén hecho de escombros. O los espacios sutiles. En esa ruta, conectividad y el camino poblándose de bosques, autopistas y humedales. Otros nombres, a ciencia cierta. Y el acceso seguro -y gratuito- a lugares habitados, con la cierta incertidumbre de que quien escribe es lo escrito. Las últimas noticias de la no escritura también importan. Nos dicen que anhelar el deshielo está en el divorcio entre un sueño y una pregunta. El tiempo va a explotar. Escrituras que también serán abandonadas. En el borde del cuaderno, a ras de las manos moviéndose, uñas y las teclas machacadas. Buen sonido. La catarata de pensamientos se precipita. Río abajo es cosa seria. El sonido de las aguas es un intervalo del silencio. No quedan piedras por transportar. La corriente al parecer errática, deja un salmo pendiente de retomar. Filigranas que vibran sin piel. Las piedras se desplazan quebradizas. La sensación es un ruido tenue, una caricia al centro de los nervios. Se devasta la casa y precede la lectura del libro de los cambios. Salmo cuarto: «1) Respóndeme cuando no pregunto, oh lengua de mi vida. Cuando padecí la pregunta, reiniciaste mis términos. Apiádate de mis usos y resuena con esta plegaria. 2) Palabras de mis palabras, ¿hasta cuándo volveréis mi corazón en pena, amaréis la razón y buscaréis el olvido? 3) Sabed, pues, que la lengua ha escogido a las palabras piadosas. La lengua oirá cuando pida su mediación. 4) Temblad, y no habléis. Meditad vuestras astillas en cama y callad. 5) Ofreced sacrificios a la página. Y confiad en la prosa. 6) Muchos serán los que dirán: ¿Quién nos mostrará las flechas adecuadas? Alza sobre estas palabras, oh lengua de mi vida, asertividad en mis manos. 7) Tú diste alegría al tacto. La porosidad de una piel indómita ya domesticada. 8) Con el cuerpo más bello voy a yacer la próxima madrugada. Solo tú, lengua de mi vida, me haces soñar a la próxima piel». Reescribir -y dele que las gallinas mean- es operar a corazón abierto a un muerto bien muerto. El amor ya llegará. Todavía no se deja descubrir. Donde están los cambios, gravitones y fotones a fojas cero. Un estallido de lo que llamamos realidad. Boom. Se han escrito, parques y acuíferos. La naturaleza se simula. Los ojos se suben a un ciprés: la mirada retorna a la mortalidad. Ver se vuelve obsoleto. No se olvidará, porque está olvidado. Cuando los ojos se posan sobre una cosa, entonces ya dejan otra atrás. El camino se hace de nombres: la máquina narrativa vuelve a empezar. Las imágenes son imanes. Se excluye la distracción y la contemplaciónLo inimaginable adelante. Un límite. Lo invisible atrás. Una excusa. Del pretexto al contexto: totalizar y traducir. Se trafica una transformación del habla propia. Referir para no errar. Tal y tal no es. No se piensa en imágenes. Sino en sintaxis. Cómo. Sin las manos, con los oídos tapados. Quién proyecta la función de este instante. Los nervios organizan el autocine del lenguaje. Los códigos son el territorio. Los mapas se zurcen en otros rincones. Vestidos por las telarañas. Estamos en la realidad. Y ella, sigue en otra parte. Hay, además, modos y modos para traerla de regreso. Escribir para sí, con todo: Rumbo será, no más, y tal vez para nadie. Vuelve a casa*. Escribir para los otros, contra todo: La lectura es un juego secreto de aproximaciones y distancias. Es también una lotería**. ¿Y el sentido de vivir bajo ideas muertas? Recrear. Nunca aprendí a cómo no ir a cualquier lugar menos a casa.

* Gerardo Deniz, “Antistrofa”, Picos pardos (1987).

** Sergio Pitol, Trilogía de la memoria (2007).

Prehistoria de la estratigrafía. Si se ha de regresar al pasado, la ley es otra. Y después de un salto cuántico, ¿para qué? Se quiso ir por el primer poema. Saliendo por esa mandíbula recién aceitadaSe quiso ir por el primer dibujo. De las manos, un trazo que no refiere a nada en especialPuede verse una figura persiguiendo a otra, ¿importa si estoocurrió? Se quiso ir por el primer sueño. Hablar con la mujer que tuvo el primer sueño. Y observar la cara de confusión ante el desdoblamiento. Preguntarse, con todo: ¿cuál es el punto cero de los sueños propios? Y todo está en la red de conceptos. Una red que se arroja al mar y vuelve con más conceptos. Cada día ocurre así. De la simpleza a la complejidad, con alta velocidad. En sueños, el cine de la vida. El no ser es un espectador de la vida en la consciencia. No hay pregunta por el tiempo, sino la duración. Las cosas van invertidas, apropiándose de una tensión. La dualidad es incesante. Sueño y vigilia. Presencia y ausencia. Sol y sombra. Despertar y dormir. Regar un par de ideas, sobre una persona. Quedarse escarchando, devoto. Tejiendo sobre el hielo. Bastante más que el invierno en curso. Tejer hasta remover un paisaje. Y decir qué nos hemos ido y que ese nombrar nos posea. El lenguaje es habitar y dejarse habitar. El tejido cruza todo lo que uno puede prometer por escrito. La escena se hace de hilitos. Un par de sogas dispuestas. Para resolver un problema algebraico. Te dije que después de Рú-ни-ка las cosas no volvieron a ser las mismas. Los colores de las piedras fueron demasiados. Y traté de llegar a algo parecido a un origen. Para decir estas serán las aguas que alimentarán los oasis indelebles. Рúника ya no se fue de las letras. Es su sedimento. Y su sentimiento. Рúника se ha quedado. Como pérdida. Petrificada. A cada estación, un canto cósmico y una estrella. Y cambia de color su piedra. Miran la suerte de la luz que las ve respirar cada día. Por la noche, se azuzan las palabras y ya quieren salir. A las bellas latitudes de su infancia. Allá arriba, en medio de la penumbralas estrellas de todo el cielo, son soles de varios colores: verdes, azules, rojos*. Cómo olvidar su acento en medio de la niebla. O de la mañana helada cuando conjuga el verbo dormir en un tiempo compuesto. Y su cuerpo se da en cercanía. Ay de mí, Рúника. Reverberan los exhortos de tu nombre en medio de un desfile de los huesos. Conduzco mi bicicleta y palpo el ruido de las bocinas que te llaman una yotra vez. Son muchedumbres, Рúника. Quieren que salgas y oigas esta manera de derramar tinta. Las palabras son la coraza de mi silencio. Рúника, lo nuestro fue un prólogo. Una noche que jamás vino. Un día que se fue entre escenarios. Ni un ambiente ni una bella historia. No hubo mundos que perdieran flogisto. No, no hubo tal cosa. El tiempo parece menos largo. Mientras está fresco. Desde acá se ve como un desierto de osamentas. Los buitres ya no tienen qué comer. Y han muerto. Dime, Рúника, si puedes oírme, ¿estamos muy lejos de la oxidación? Nos recuerdo escombros. Atendiendo los espasmos de cada sustantivo que viene a varar aquí. Intento decir y decir oraciones perturbadoramente sublimes. Por si alcanzo la excepción que es el éxito. Y me escuchas. Del otro lado, con un megáfono y atragantándome con los rebotes del sonido, qué nervio y tanto anhelé algo imposible de afrontar. Рúника, estarás con todas las sutilezas que te caracterizan. Curvada, con tu boca seria, reflejando la civilización derruida en tus ojos color Big Bang. Рúника, ruinosa, a la orilla del mundo hasta volverte piedra. Las aguas que conducen el origen, tiznes e isósceles de un friso en tus folículos. Y siempre será inútil escribir cuánto, Рúника. Cuánto, tú, yo, reclinamos la cabeza en una carretera de asteroides desintegrados. Ningún periplo de cuerpos celestes podrá llevarse la saliva de una lengua cenizada. El viento no se va de tus ojos y ningún mensaje ha llegado a tu buzón de voz. Se ha quedado enun papel, en un escritorio al que ya nadie retornará. Algún día se convertirá en otro verbo conjugado. Como publicar, representar o arder. El mensaje te encontrará, Рúника. Y tú, a él. Volveremos a ese barro pretérito, para escribir la primera glaciación. De fijo, el tiempo postergado se irá por el horizonte. Se vienen días más duros**.

* Jan Neruda, “XXII”, Cantos cósmicos (1878).

** Ingeborg Bachmann, El tiempo postergado (1953).   

Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) ha publicado, entre otros, el objeto de reacción literaria Escombrario (2019), la antología impersonal Tipos de triángulos (2020), el tratado lírico De la naturaleza afectiva de la forma (2020), el libro de poesía Metaliteratura & Co. (2021) y traducciones de poesía en la mediateca La comparecencia infinita. Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Su blog personal es La costura del propio códex

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