Hablemos (de la movida) –y– de Nueva York. Por J.S. de Montfort
Hablemos (de la movida) –y- de Nueva York
La insistencia es la clave del acierto
José María Fonollosa
Dice Eduardo Lago en Walt Withman ya no vive aquí (Sexto Piso, 2018) que Nueva York es en cierto modo suma y resumen de las demás ciudades, pero que como símbolo plantea un reto extraordinariamente complejo, ya que la ciudad encierra en sí un misterio que no resulta fácil de desvelar. Que por ello se han visto en la necesidad, los literatos neoyorquinos, de inventar un género nuevo para contarla, un género que se sitúa “en algún lugar entre la literatura y el periodismo”, para horadar el caparazón de la ciudad, para extraer ”del fondo de la misma su más recóndita esencia”.
Para lidiar con Nueva York, como decía Lorca, hay que conducirse con la mirada, “que mana de las ondas donde el alba no se atreve”, defenderse, perdido entre la multitud que vomita, “sin caballo efusivo que corte los espesos musgos de mis sienes”. Aquí centraremos esa mirada en dos posibilidades para condensar una ciudad: a través de la nostalgia y el crimen.
Así la abordan las dos manifestaciones artísticas de las que nos vamos a ocupar seguidamente: Cielo (Turner, 2017), del crítico de arte y comisario de exposiciones, David G. Torres y Cielo tv, la performance criminal (en el sentido de que asesina el sentido de su hipotexto y lo desplaza hacia su némesis) del director de teatro Marc Caellas y David G. Torres, adaptación del libro de éste último y que se pudo ver en Barcelona hace algunas semanas, dentro del festival Loop, y que antes se había representado en el Centro Cultural de España en México. Ambas son producciones centradas en el Nueva York de los años ochenta, un Nueva York mítico y lejano, místico a veces (y también mentiroso; no falso), aureolado por la bandera arty y, al parecer, lleno de posibilidades. Al parecer. Un Nueva York, sin embargo, (auto)referencial y lleno de signos (auto)generados para deslumbrar al mundo.
Esa literatura de la que habla Eduardo Lago y de la que vamos a hablar aquí es una literatura que se hace con palabras e imágenes, que encuentra su punto de ebullición en la coyuntura de ambas, que no sabe de ideología (aunque hasta podría ser política), que no gusta de literalidades jakobsonianas, ni es tampoco forma excelsa de la conciencia ni menos aun juego semiótico. Es la literatura del fuego fatuo, del momento prístino, único, irrepetible e huidizo. Una literatura que permanece justo cuando la lectura y la función terminan. En una oralidad que explica lo vivido, porque de aquello no se guarda testimonio grabado. De ahí la necesidad de que Nueva York se nos presente de un modo performático: en tanto que entrevista periodística en el caso de la novela de no ficción de David G. Torres y de obra de teatro en el caso de Marc Caellas.
Warhol que estás en los cielos
La novela Cielo, de David G. Torres, que en verdad (y ahí está el quid de la cuestión) se pretende ensayo histórico, funciona por aureolas semánticas, por olas de sentido. Por simbologías que se van uniendo. Torres juega con la superposición de varias somatologías que sincroniza simultáneamente aun a pesar de su distancia temporal, como si todos los años ochenta hubieran sucedido en un solo instante eterno. De ahí que tenga toda la lógica del mundo su adaptación teatral en tanto que programa de tv performático.
Escribe David G. Torres: “El espectador lleva ventaja: no paga un precio alto y no corre riesgos. Puede reconstruir, explicar y revivir sus momentos favoritos. Puede dilatar y amplificar los recuerdos ajenos […] Forzar las referencias, las derivas, los escenarios y las personas. Rescatar una actitud antes que una época. Y narrarlo todo. En un relato”. Ese relato es el de cómo la artista catalana Sindria Segura, un 30 de octubre de 1985, le roba la peluca a un impávido Andy Warhol aprovechando una firma de libros en la librería Rizzoli de Nueva York; historia que sirve de nexo de unión del libro de Torres y que en la adaptación teatral de Marc Caellas desaparece, en beneficio de una utopía que pasa por encima de la vida, que es un sorpasso. La vida entendida –para Caellas- como el riesgo de desnudarse y exponerse, sin saber qué pasará después. Un mostrarse televisivo, en un modo híbrido entre La edad de oro, de Paloma Chamorro, y el programa TV Party, conducido por Glenn O´Brien y Chris Stein (Blondie), que se emitió en el canal de cable de Nueva York desde 1978 hasta 1982. Igual que allá, en la adaptación teatral de Marc Caellas, una banda de música instrumental (al estilo de la de Walter Stedin) sirve de acompañamiento musical (13th Magic Skull), con ritmos surferos y el proto-punk del legendario Link Wray.
La pantomima que se despliega en el escenario del teatro le sirve a Caellas para hablar de lo que Matt Wrdycan llama “la cuestión temporal”. Se elimina la edad como problema. Contra la idea warholiana de apresar y almacenar el tiempo, aquí se opta por su liberación. Aquí no hay más moral que la estética (y el recuerdo). Un Warhol muriendo y (re)viviendo gracias a un masaje cardiaco a corazón abierto, tras haber sido disparado por Valerie Solanas, autora del manifiesto SCUM, basado en una paradoja. La misma que salva, como un boomerang, la vida a Andy Warhol. El ridículo fundamental de no morirse. Warhol como un yo-después. Ese Warhol –aparentemente- inmortal es el que sobrevuela la obra de Marc Caellas y es el punto central de la novela de Torres. Un Warhol (re)vivido que visitó España en 1983. No estuvo en Barcelona, pero sí en Madrid, invitado por el galerista Fernando Vijande, con el fin de inaugurar su primera exposición individual en España: “Pistolas, cuchillos y cruces”, compuesta por 40 obras, entre dibujos y pinturas. Vino a bautizar a la movida, fue su padrino, cuenta Luis Antonio de Villena en el documental Estrellas de Warhol, de Rubén Salazar. Una movida que sí se cuela en la performance de Caellas, a través de la voz (real) de Santiago Auserón y de las palabras (leídas por la actriz Marta Ros) del primer parlamento de Paloma Chamorro para el primer programa de La edad de Oro. La movida madrileña como un Nueva York sui generis, en diferido. Cuenta María Eugenia Fernandez de Castro que un incipiente Pedro Almodóvar le habría dicho al oído a Warhol en aquella visita madrileña que “Many people say that I copy you”. La copia de la copia. La movida madrileña copiando a la movida underground neoyorquina.
La vida como show televisivo
Escribe Víctor Lenore en Espectros de la movida(Akal, 2018): “Nos guste más o menos, lo que marcó los ochenta fue la omnipresencia de algo tan cotidiano como la televisión”. La superficialidad plana de la pantalla, simbolizada por la destrucción de la creatividad cuyo adalid es Andy Warhol. Actos que suceden en la crudeza de lo inmediato, en el límite de la piel del cuerpo. De ahí la necesaria genitalidad artística. Mostrarlo todo para no mostrar nada. La excentricidad como máscara libertaria contra la normalidad aburrida y gris. Es la idea de la Factory: un show constante, (in)interrumpido. La estética como política: un borramiento de los términos de los significados convencionales. La televisión como detournement. El relato como memoria de sí mismo.
De alguna forma, la visión de Nueva York de David G. Torres es la némesis de la de Marc Caellas. Y, entre ellas, se da una relación ovidiana. La del genio con su musa, la del escultor con su obra. Warhol y Nico. Nico murió en 1988 mientras daba un paseo en bicicleta por Ibiza, víctima de un ataque al corazón. Por su parte, Warhol murió en 1987, en Nueva York, por las complicaciones surgidas tras someterse a una operación de vesícula, por una fibrilación ventricular. Warhol le sirve de faro a Torres mientras Caellas pone en el centro de su espectáculo a una Nico (re)encarnada, algo histriónica y neurótica (re-creada por Laura Weissmahr), a la que la vida sí le ha pasado por encima, una vida a la que no ha sabido sobrevivir. Ambas obras hablan, sin embargo, de la desnudez: la de un Warhol sin peluca, calvo, (des)enmascarado y aturdido y una Nico real, ya como Christa Päffgen, surgida de las cenizas de la Velvet Underground. Su hermosura trágica ahora sí se hunde en los abismos de lo más oscuro, sin remisión, hacia la nada. Los mismos demonios que la atormentaban son los que obligaron a la catalana Sindria Segura a huir de Nueva York para no volver. Iguales temores que prevenían a Warhol de acudir a un hospital, y fueron su certificado de defunción, por haber esperado demasiado a decidirse a la intervención. “La muerte es muy importante porque es inevitable. Creo en la reencarnación”, declaraba Nico un año antes de morir. “Nunca he entendido porque al morir no desaparecemos y todo sigue igual que antes sólo que nos estamos ahí”, escribió Warhol en 1985, en su texto América.
“¡Ojo con lo que escribes!”, le advierte Sindria Segura a David G. Torres tras su conversación de hora y media y que le sirve de tramoya a su libro. Y una hora y veinte minutos es lo que dura su versión ampliada, Cielo tv, que también finaliza con un rompimiento. Una persona del público se mete en escena y se sienta en el sofá que ha servido de atrezzopara el programa de tv que se ha visto en el teatro, y fuma parsimoniosa, observando la escena, dejando al desnudo a todos los actores, que pierden entonces ya su rol de intérpretes, de copias, y quedan en la intimidad de ser ellos mismos, perplejos y aturdidos igual que un Warhol sin peluca. Inquieren entonces al público, sus miradas que tratan de defenderse contra la muchedumbre que ha estado visionando el espectáculo y ahora descubre su verdad más oculta. En las volutas del humo del cigarrillo de esa espectadora intrusiva, y en la incipiente ceniza, se halla la literatura que surge de la copia y ese es el modo con el que Marc Caellas y David G. Torres nos retratan Nueva York, con lo que Estrella de Diego llamaba “el vértigo de la reproducción infinita que ni la muerte detiene”.
José de Montfort (Castellón, España, 1977) es graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Barcelona, así como diplomado en Literatura Creativa por la Escuela TAI-Madrid y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014). @jsdemontfort