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Furor de piedra. Obra de Ricardo Terrones. Por Aldo Alcota

Adelanto de lo que será el libro “Furor de piedra. Obra de Ricardo Terrones”. Por Aldo Alcota. 

Ricardo Terrones, Petrificación de ecos de vida Técnica: Mixta Medida: 120 x 150 cm Año: 2007

En la obra pictórica de Ricardo Terrones la tradición andina cruzada por las culturas cercanas al Océano Pacífico está muy marcada. Aquí el paisaje y la figuración cercana a la invención surrealista, onírica, tiene fuertes vínculos con el indigenismo. Una herencia, se podría señalar, de artistas como José Sabogal, quien fue partícipe de la revista Amauta de Mariátegui, donde se dio una fuerte importancia a las raíces del Perú y su cultura nacional. Terrones sigue este camino con una pintura y un dibujo que emergen desde las fantasías mochicas, la religiosidad cristiana de las fiestas populares y la búsqueda experimental del espacio y de la corporalidad. Traduce con sus líneas la liberación cromática de un sentir peruano y latinoamericano ligado a lo precolombino. Además sus enormes cuadros nos convidan a recordar los vestigios de un muralismo mexicano repensados y reelaborados bajo la dimensión y su imaginario proveniente de los Andes.

Gabriela Mistral expresaba que “América es un hecho de paisaje”. El espectáculo natural, la tierra, el mar, la fauna, la flora construyen el arrebato creativo en Terrones. El paisaje es una pieza clave en gran parte de su renovado trabajo, tras los signos de una edad de oro chimú a punto de ser rescatada nuevamente. Hay un afán de defensa por su pasado cultural y también por sus recuerdos de niñez. Ese halo autóctono es revivido y lo retorna lleno de grandeza, mitos propios de su origen considerados y admirados por él (ya lo comentaba Fernando de Szyszlo alguna vez, esta es la única manera de no ser absorbidos espiritual y materialmente por otros). Es verse en un espejo, en este caso la tela o el papel, para encontrarse con una explosión de cuentos que traen la brisa marina de un tiempo en espiral, todo dispuesto para la ofrenda. En esos perros, toros o peces está el vientre de un cosmos a punto de parir estrellas, muy conscientes de su historia, sus dolores, sus alegrías, sus marginaciones, su perdida mucha veces del posible Paraíso. 

Ricardo Terrones, Melodías de degradación.
Técnica: pigmento mineral sobre cartulina de algodón. Medida: 55 x 75 cms. Año: 2021

Los modelos de Terrones que pueblan su arte vienen desde una dimensión astral, desde una consciencia lúdica, imaginativa, de tener siempre en cuenta lo que acontece a su alrededor con su gente, sus creencias, sus costumbres, con un cruce de épocas, de un pasado ritualista y un futuro que vuela como una garza hacia espacio. La animalidad es paisaje feroz que necesita también de períodos de silencio, de abstraerse en lo poliforme de la vida, de ese llamado geológico que se amplia como un colmillo, una garra, una pezuña, un ala. Aquellas especies son devoradas por una ansiedad botánica con ganas de salir de los límites del cuadro. A la vez, el mundo minúsculo aparece en escena con sus cochecitos, casas y personajes como un mundo paralelo junto a la majestuosidad salvaje. Convivencia y diversidad en lo natural, vías orgánicas en el espíritu indígena, mestizo, donde cielo y tierra se confunden, con planos que cortan anatomías de faisanes o de bovinos a la espera de ser hipnotizado por las filudas puntas de un conjunto de hojas verdes y naranjas. 

El acervo en Terrones es cultural, mágico, ecológico, histórico, poético. Su práctica, su ejercicio de pintura, de dibujo es emancipador. ¿De qué? De la realidad baladí, de los colonialismos, de los totalitarismos de la estética. “Se trata de proyectar, de ser particular y libre”, escribe Marco Aurelio Ramos Chang sobre el artista de Chepén. Qué bueno nombrar esta localidad del noreste del Perú, la “perla del norte” como la llaman. Porque es la fuente de inspiración de Terrones, esa perla que brilla en cada obra como una identidad totémica, guerrera, chamánica. Sabiduría volátil en desarrollo, en líneas que se estrellan, se rozan, se muerden en los rostros anónimos de esos seres untados de húmeda arena ante el vuelo de los cometas. En sus mantas se edifican festivas casas junto a soles parecidos a sistemas galácticos de un misterio aterrador. La memoria de las fiestas en el poblado están allí, persisten en el sonido de las entrañas del sol, en las crucifixiones de gigantes determinados por su volumen totémico y sus extremidades de granito. 

Ricardo Terrones, Vientos de clemencia. Técnica: Pigmento mineral sobre cartulina de algodón. Medida: 55 x 75 cms. Año: 2021

La modernización de las ciudades, el movimiento en los automóviles que no descansa, invaden los dibujos de Terrones: una pesadilla de figuras entregadas a la ensoñación. La sustancia urbana choca con la naturaleza silvestre. Es la pugna de ánimos, momentos, dinamismos de realidades contrarias que a la vez se funden en una singularidad fantástica. El mestizaje perdura en esas fórmulas de la imagen al igual que un encuentro de razas. La de Terrones viene de su propio yo teatral, de resolver ciertas preguntas de un continente incompleto, algo que está por hacerse todavía, cercano a la deformidad, a la rareza de pertenecer a un mundo perdido y negado, un margen en un rincón en las sombras. Pero Terrones otorga la luz, el vivo ladrido de un perro por la mañana, dando rumbo a las montañas en los rojizos atardeceres, esa sangre que marca en el devenir del llamado Nuevo Mundo. 

Ricardo Terrones, Recuerdo de una esperanza. Técnica: Pigmento mineral sobre cartulina de algodón Medida: 55 x 75 cms. Año: 2021

En cada pincelada de Terrones está su mirada risueña y oculta entre la vegetación puntiaguda y maciza, hermanada con los cuernos de los toros que miró y miró cuando era pequeño en ese Chepén perdido en un tiempo de barro, en esas caminatas por el agua con tortugas ecuestres que recitan a César Moro. 

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En Petrificación de ecos de vida, de 2007, Terrones indaga con la materia, los relieves y la erosión sobre el paisaje de su tierra, las piedras, la arena, la madera, el pasado precolombino, seres y huellas rojizas de una sinfonía volcánica. En esta obra de su etapa abstracta está el embrión de lo que serían sus actuales preocupaciones estéticas, espirituales, llenas de poesía y de furor en la pincelada y en la raya. Su manera de crear espacios, de mantener la vibración del paisaje junto con sus enigmáticos habitantes lo hacen ser representante de una arte mineral unido a la fuerza selvática, al remezón animal en una roca lunar.      

Ricardo Terrones, A la luz de la luna Técnica: Acrílico sobre tela Medida: 40 x 40 cms Año: 2021

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