Fotolateras y 60 segundos de luz: lúcida lección de ontología. Por Jesús García Cívico
Es propio de la fotografía de técnica primitiva y, en particular, de la fotografía estenopeica emplazar rápidamente al espectador hacia el pasado. Hay algo, sin embargo, en la obra de Lola Barcia y Marinela Forcadell que nos afecta de forma lánguida y pausada, más allá de la repentina fuerza evocadora de la imagen, hacia un estadio soñoliento del ánimo que tiene que ver, según lo veo, con nuestra particular ontología.
En primer lugar, las imágenes contenidas de Lola y Marinela, recogidas recientemente en 60 segundos de luz (Ediciones Canibaal, 2016) son registros de una hermosura que cae del lado de ese tipo de poesía nebulosa que se «cocina» en nuestra mente justo en el despertar del universo de los sueños. Enseguida, una segunda nota se hace evidente: las imágenes «cocinadas» en una lata concebida para cualquier otra cosa, se descubren como portadoras de una suerte de sabiduría elemental que tiene que ver con nuestra rarísima naturaleza. Fantasmas, parpadeos, blanco y negro, brevedad; parafrasando la célebre cita de Marguerite Duras demasiado pronto en la vida te das cuenta de que es demasiado tarde.
Calles desiertas, las de Lola y Marinela (el concurridísimo paso tokiota de Shibuya, Picadilly Circus, la Gran Vía de Madrid, el Downtown de Nueva York, un centro comercial de Pekín), calles donde la vanidad del humano ha sido evacuada. Calles en las que nada que no permanezca inmóvil un minuto queda registrado. La gente que camina, que caminamos, somos desalojados de la imagen que se queda.
Y ¿no es este el destino que precisamente nos aguarda? Permanecerán las avenidas, el quiosco y las aceras, las fincas y el cemento, permanecerá el río: la ola en cambio, y la mujer, y el hombre que pasean se marcharán. Quedará el suelo sin las huellas de los pasos y el cielo arriba, desaparecerán los niños que juegan y los aviones que pasan como pasa también la niñez y nuestra orgullosa tecnología. ¿Qué lapso de tiempo consideraríamos razonablemente corto para, en comparación con la duración del universo, tildarlo de insignificante?
La cuna que nos mece se balancea sobre un doble abismo: el tiempo que antecede y el que no llegaremos ver, así comenzó (escribo de memoria) Nabokov el diario de su vida. Sombras, olas, sombras de sombras, o mejor, en la imagen del poeta colombiano Juan Manuel Roca: trazos de ceniza entre las olas del tiempo, un poema que yo repetía mal, posiblemente una de las noches en las que tuve la suerte de conocer a nuestras artistas: trazos de tiza en el ocurrir del tiempo. Memento mori: estupor frente a la fugacidad del ser.
Espectros, memoria, hallazgos y apariciones, finos equilibrios entre la técnica y el misterio de la intuición, penumbra y sabiduría. Flâneuse fantasmáticas, las Fotolateras se revelan como una referencia no sólo de su campo fotográfico más específico sino del arte entero de la vida. No conozco personas más inteligentes que Lola y Marinela pues solo ellas se han embarcado cautivadas por una evidencia incontestable en un viaje que aúna por igual, la curiosidad y la risa, la profesionalidad y la libertad del arte.
Nada de lo que pasa o transita estará ahí cuando se haga evidente el irreversible transcurrir del tiempo. Lola y Marinela lo han averiguado en su pesquisa lúcida y alocada sobre un territorio urbano inconmovible, testigo de nuestros días efímeros en el mundo.
Jesús García Cívico
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