El trap es cupletista y sicalíptico. Por Adriana Calvo
Entrevista a Gloria G. Durán. Artista y doctora en Bellas Artes
Una mujer con peineta y enfundada en un corsé atigrado sujeta un arco sin flecha que finge estar a punto de disparar. Su figura ocupa toda la portada de Sicalípticas. El gran libro del cuplé y la sicalipsis (Felguera ediciones, 2021), la recién estrenada obra de la artista Gloria G. Durán (Madrid, 50 años). La palabra «sicalipsis» no es habitual en nuestros días, pero hubo un tiempo, allá por principios del siglo pasado, que poblaba todos los rincones oscuros de España.
La Real Academia de la lengua Española define la sicalipsis como “1.f. Malicia sexual, picardía erótica”. Para Durán es una descripción simplista: “[La RAE] siempre reduce cualquier sentido social que, por otra parte, es imposible capturar”. “La sociedad siempre se te va a ir de las manos”, sentencia. En efecto, la sicalipsis es mucho más. Etimológicamente parece proceder de “higo” y “untar” o “frotar”, lo que vendría a ser “preparación, estimulación o frotamiento del higo”. Pero si se modifica el sufijo sic –o sico– proveniente de “higo” por psic –o psico– (que significa “alma”), la cosa cambia radicalmente.
Según la autora, la RAE, al ocultar otros posibles sentidos o mostrarlos sólo de forma velada está pecando, sin saberlo, de sicalipsis. Pues esta no consiste simplemente en frotar o no frotar, sino que alude más bien a cierta picardía erótica o galante: “Tiene que ver con la galantería dieciochesca. Es el devaneo. El ‘Ay, ¡que te pillo!’, y luego desaparezco. Lo que importa es la insinuación y, sobre todo, el doble sentido”.
Como vemos, no existe todavía un consenso en torno al origen etimológico del término. No obstante, lo que está claro es que fue el escritor Félix Limendoux quien lo inventó para dar nombre al estilo de una revista que él organizaba y que quería lanzar al mercado. Se llamó Las Mujeres Galantes y fue la publicación sobre sicalipsis más importante de su tiempo. Estaba compuesta fundamentalmente por láminas de señoras en poses sugerentes y algún que otro texto corto. En una de esas láminas podíamos encontrar a la dama con peineta que encabeza la obra de Durán.
“Limendoux aspiraba a crear un producto cultural que gustara tanto a los amantes de las bellas artes como a la gente de gustos ‘estragados’, o sea, retorcidos”, explica. Lo sicalíptico encajaba perfectamente en esos parámetros, pues “al igual que el dandismo, se basa en un equilibrio inestable y en la paradoja constitutiva”. Aunque las sicalípticas no eran vanguardistas en el sentido de movimiento con intenciones organizadas, sí contaban con características propias de la vanguardia como los escándalos fundacionales o la actitud epatante, comenta la entrevistada. Es como una especie de contradicción, “como Samantha Hudson: muy irreverente y políticamente incorrecta, pero la invitan a MasterChef”.
Ante todo, la sicalipsis es una actitud: “Se trata de construir un personaje de ti misma, como si fueras una dandi, una personalidad que gusta a todos, a la madre de familia y al viejo verde”. Los cuplés de los años 20 estaban plagados de brío sicalíptico. También los géneros de ahora: “A mí el trap me parece muy cupletista”, confiesa la autora. Gloria disfruta viendo El Bloque, un programa donde entrevistan a todos los traperos y traperas: “Me gusta mucho escucharlos hablar, manejan una lengua muy extraña. Me ayuda a imaginar cómo hablaban las cupletistas”.
Aun así, las artistas de hoy no son nada comparadas con la prolijidad de la época: “Ahora hay un montón de traperas, pero son cuatro monos al lado de la cantidad de chicas que se dedicaban a las variedades, al cuplé y a la sicalipsis. Era una cultura muy de buscavidas y ahí había un filón del que podían sacar dinero”. La Chelito, la Fornarina, la Cachavera, Adelita Lulú, Tórtola Valencia y Raquel Meller son algunos de los nombres que se conocen de aquellos años. La abundancia de creadoras impide esbozar un prototipo o patrón: “Cada una de ellas se construía de una forma, y también depende del contexto cultural. No era lo mismo tener el gobierno de Maura en 1907 que estar con la dictablanda en el 24 o en la República en el 32”.
Lo que está claro es que cada una de ellas representaba la posibilidad de ser mujer de otra manera, permitían imaginar la feminidad más allá de los estrechos cánones del momento, como demuestra el Cancionero que acompaña al libro de Durán. En él establece una clasificación de los tipos de mujer que podemos identificar en las letras de los cuplés de entonces: desde neurasténicas y epilépticas, hasta reivindicativas y revolucionarias, pasando por morfinómanas, cocainómanas, gamberras y reaccionarias.
Del mismo modo que había muchas cupletistas, había también numerosas temáticas en los cuplés. No todo era sicalipsis y lujuria: “Los cuplés concentraban el saber popular”. Muchos letristas se paseaban por los barrios con un cuaderno y tomaban nota de lo que escuchaban. Gloria asegura que podría darse un curso de 2º de Bachillerato solo con cuplés: “Todas las sindicaciones, la huelga a la canadiense de 1919, la estructura de trabajo de empresarios y artistas… Todo lo que pasaba podías verlo en los cuplés, podías aprender historia de España escuchándolos. El cuplé es como un pulmón”.
Para el escritor y letrista de cuplés Álvaro Retana la sicalipsis muere en 1911 y empieza el cuplé, pero no es así para Gloria G. Durán. Según ella la actitud sicalíptica continuó presente siempre que las mujeres intentaban ir en contra de la norma establecida. El franquismo y la República sí cercenaron la sicalipsis. En 1936 se crea un Comité Ejecutivo de Espectáculos Públicos que, entre otras tareas, busca extirpar lo sicalíptico e indecoroso de la escena teatral. Por su parte, el franquismo consolidó el andalucismo escénico y erradicó todo lo demás. De ahí el éxito desmesurado de El último cuplé (Juan de Orduña, 1957): “El triunfo del film es el resultado de una memoria colectiva sepultada, aunque latente”.
Gloria comenzó a investigar sobre los cuplés gracias a su madre, a quien dedica el libro. Su relación con ella, paciente de Alzheimer, se basó los últimos años en cantar canciones conjuntamente: “La memoria musical de las personas es alucinante”. La abuela de Durán también cantaba mucho, pero cuando se casó su marido le prohibió hacerlo: “Entonces ella se llevaba a mi madre a escondidas al teatro, porque tenían un palco en el Romeo en Murcia. Decía que iba de compras. Por eso mi madre se sabía todas las canciones”.
La publicación de Sicalípticas. El gran libro del cuplé y la sicalipsis trae consigo numerosos proyectos. En 2022 verá la luz El laboratorio sicalíptico de la doctora Durán en el Teatro del Barrio de Madrid, un módulo de formación e investigación que durará cuatro meses y que tiene como objetivo actualizar la sicalipsis a través de cuatro disciplinas artísticas diferentes: la lírica, la música, el baile y la moda. Los resultados del taller cristalizarán en un espectáculo de variedades que tendrá lugar en mayo. “No esperaba la reacción con este libro, a lo mejor me estoy adelantando, pero noto cierto runrún… Ojalá sirva para que determinados sectores socioculturales se interesen por el tema y empiecen a sacarlo a la luz”.