El pasado siempre vuelve Ricardo Henrry Terrones Mayta. Por Alina Daniela Popescu
Perder nuestra memoria es de gente indisciplinada, a la que no le gusta construir un camino. Partiendo de las palabras del mismo Ricardo Henrry Terrones Mayta, una de las referencias artísticas peruanas más conocidas a nivel internacional en la actualidad, yo, como forastera a orillas del Atlántico, es decir como rumana afincada en España desde hace más de veinte años, no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. Y como las artes siempre han estado ligadas –recordemos las veces que los retratos, paisajes o bodegones han prestado su sustancia a las palabras–, es todo un placer hacer una breve incursión en los cuadros de este maestro del pincel del país andino.
La obra de Ricardo Terrones está estrechamente vinculada a la historia del arte peruano, en la que ha encontrado unas raíces maravillosas que, a su vez, le han permitido al artista egresado en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú descubrir nuevas formas de expresión, motivos y referentes, mediante aquella “re-conexión” (más que acertado título de sus exposiciones) con el elemento popular, con la tradición que está en la base de toda la humanidad. Coincido totalmente con esta manera de ver las cosas. Mirar atrás no entorpece el proceso de creación ni la novedad artística, sino todo lo contrario: las raíces solo pueden enriquecer una producción artística, solo pueden tender puentes entre las generaciones, entre el ayer, el hoy y el mañana. La memoria es fundamental en una obra, aunque solo sea porque va mucho más allá de la superficialidad y de la falta de lazos entre lo que uno siente y la manera de expresar eso que se siente, y que tantas veces se da en tantas obras hoy en día.
Ricardo Terrones ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas desde los albores de este siglo y lo sigue haciendo, como parte del proceso de compartir su creación y, por ende, su alma. El Encuentro de Artistas Jóvenes de la Escuela de Bellas Artes del Perú (2000), la Galería Petro Perú Lima, Perú (2003), el Museo de la Nación Lima, Perú (2005), el Centro Cultural de la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú (2008), el Museo San Francisco y Catacumbas de Lima, Perú (Exposición Itinerante, 2010), el Centro Cultural Cancillería Machala Ecuador, Perú (2012), la Alianza Francesa Arequipa, Perú (2004) son solo unos pocos de los espacios que han acogido la obra del artista a lo largo de los años. Asimismo, ha sido finalista de varios concursos, como el Concurso XII del Salón nacional de Pintura ICPNA 2010 Lima. Ha tenido importantes reconocimientos en su país y fuera de este, por su aporte al desarrollo de la identidad cultural: en el Congreso de la Republica del Perú (2019), representando al Perú, o en el Encuentro de arte y cine latinoamericano, en Bucarest, Rumania, organizado por la Alianza Francesa (2018). No es fácil lograr éxito en el mundo del arte, nunca lo ha sido y quizás menos aún en la contemporaneidad. Pero también es señal de que cuando alguien desea algo en cuerpo y alma, cuando alguien persigue un sueño y anhela compartirlo con los demás, ese sueño se termina convirtiendo en realidad.
¿Qué le inspira a Ricardo? Como él mismo afirmó en alguna ocasión, “la esperanza, los deseos y el tiempo” lo ayudan a plasmar su creatividad y el inconsciente de su alma. Color intenso y un cierto expresionismo abstracto son dos de las características de su extensa obra, que se divide en tres grandes líneas: el hombre, la naturaleza y la humanidad. Todas ellas transmiten un mismo mensaje: el del amor, del perdón y de la paz, enmarcado en una perfecta simbiosis entre hombre y divinidad. Así lo vemos en “Bondad”, en „Armonía” o en „Eternidad abnegada”, preciosa reinterpretación de la escena bíblica de la crucifixión de Jesús.
La obra de Ricardo puede ser muchas cosas. Pero lo que está claro es lo que no es: ni consumista, ni falsamente triunfalista, ni banalizada, ni anticultural, ni facilista, ni deshumanizada. Es decir mucho de lo que caracteriza la sociedad contemporánea de prácticamente todos los rincones del planeta. Vivimos en un mundo que se mueve a gran velocidad, un mundo consumista, que nos arrastra en el día a día, que nos hace ser meros productos de un sistema al antojo de fuerzas “oscuras” que lo lideran todo. Pues bien, dentro de esta velocidad de vértigo, del afán continuo por la novedad y la modernidad, necesitamos respirar y reflexionar, tratando de traer al presente esas raíces de las que hablábamos antes. Volver a la esencia del ser humano, volver al comienzo de la vida solo puede ayudarnos a frenar un poco todos estos mareantes vaivenes que nos componen hoy en día. Y con más razón desde ya hace más de un año, pues todos hemos visto cómo sí es posible que el mundo se pare de una manera brusca y muy dolorosa.
Desde este punto de vista, Ricardo Terrones es un artista creyente y espiritual, que no deja de experimentar y de conocer nuevos caminos a seguir. Pero siempre mirando a su alrededor, a su tierra y a sus raíces. Es por ello que en sus cuadros se observan claros aspectos antropológicos (como en „Belleza andina”, una verdadera Menina peruana, o en las raíces de “La gran familia”), sociológicos (el tierno y precioso „Amor de mis entrañas”, los simbolistas “Peregrinación eterna” y “Llanto y dolor”) o arqueológicos (“Eternos compañeros”, “Grito petrificado”) que componen ese trasfondo latinoamericano y que provienen de una cultura tan rica y tan ancestral como es esa cultura del otro lado del charco. De hecho, Ricardo se inspira en algunas de las grandes civilizaciones del Perú, concretamente del norte del país: los moches. Se trata de una cultura arqueológica que se desarrolló entre los siglos II y V. Los moches son considerados los ceramistas del antiguo Perú, gracias a su fino y elaborado trabajo de la cerámica, en la que representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, hombres, animales y escenas significativas referidas a temas ceremoniales y mitos que reflejaban su concepción del mundo. Esa asombrosa expresividad, perfección y realismo que los caracterizaban los encontramos también en la obra de Ricardo. Quizás por eso me gustan tanto sus cuadros, porque detrás de ellos hay un trasfondo peruano que sirve para no olvidar de donde venimos.
Es precioso encontrar en un lienzo tantas cosas a la vez: espíritu y humanidad, libertad, contemporaneidad (“Sobrevivencia”), realismo mágico (“Camino al amanecer”), mucha vida y mucho color (como en “Ternura” o “El quebrantador”), origen (“El flautista”), identidad, pero no solo contexto latino-americano desde mi punto de vista, y tal y como se podría creer o pensar en un primer momento. La vuelta a los origenes, o, mejor dicho, la construcción de algo contemporáneo y actual sobre unos orígenes fuertes, sobre unos orígenes maravillosos, es, para mí, la esencia de la obra de Ricardo. Concepto, mensaje y, no en último lugar, aporte técnico, son, desde luego, los tres pilares básicos sobre los que se construye su obra. Una obra siempre enraizada, siempre contemporánea, siempre cautivadora.
Alina Daniela Popescu
Profesora de Lengua castellana y literatura, Valladolid, España
Doctora en Traducción y Traductología por la Universidad de Valladolid
Escritora y traductora