El cantante calvo. Por ts hidalgo
El cantante calvo
Aquella tarde yo me encontraba,
amenizando la sobremesa de los comensales,
en la terraza del Bar Restaurán
Las manos de Eduvigis,
en Hornachos, Badajoz,
subido en lo alto de la barra,
cantando La cabra
(quiero pensar que moviéndome
al compás de la estrofa
y al gusto de la mayoría).
Con medias blancas del Madrid,
que compré en la tienda oficial
de La Esquina del Bernabéu,
y un pantalón del chándal de la Legión
por toda indumentaria,
luciendo bíceps y tableta de chocolate.
Sujetaba un zapato marrón de rejillas, con borlas,
entre las manos,
tiritando levemente.
El local se encontraba casi lleno:
eran las fiestas patronales del pueblo.
Entró entonces al bar
un grupo bastante voluminoso
de cuadrilla de banderilleros,
perro,
y un par de agentes de la benemérita.
Los acompañaba el tonto del pueblo,
quien acto seguido fue a subirse, atemorizado
(ya había comenzado la Metamorfosis de masas:
algunos en una tez repentinamente tosca, gris, extraña):
testigo de excepción,
sobre el coche patrulla:
Todo por la patria.
Los de verde me instaron, tricornio en mano,
a bajar al suelo
(mentando, algo acalorados,
reiteradamente al Santísimo,
tras el tercer intento en vano),
al tiempo que insistían en colocarme
el par restante en el pie izquierdo.
Afeándome, por lo demás,
en todo momento la conducta.
Un tercero, de hecho el superior directo de ambos,
que permanecía allí desde el principio,
seguía haciendo impasible al sol y sombra
al fondo
(ya iba por la tercera copa balón,
en plena Metamorfosis de masas).
En un momento dado, el jefe de los de verde
aplacó a los suyos, y
(principio de obediencia debida…),
acto seguido, y ya en un cara a cara,
fuimos implementando, sin problema, ideas,
a efectos de chupar cámara.
Me adelantó, él, en lo mediático,
tras subir al otro extremo de la misma barra,
recitando a Luis Alberto de Cuenca,
¿en lenguaje máquina?,
quizá,
así que decidí contraatacar
y virar definitivamente hacia mí
el centro de gravedad
en lo referente a la atención del grupo:
el sólo seguir cantando
no volvía a dar de sí lo esperado,
en plena Metamorfosis de masas,
por lo que, viva Bélgica,
y bebo Bélgica,
me vi viviendo décimas después
como un punk,
como los Sex Pistols:
una vida tóxica y rápida.
Esto es,
conduciendo al vent mi serpiente:
dejando mi gran huella
desde el estrado al auditorio
en singular parábola
de pendulante eje de partida,
riego por aspersión: lluvia dorada.
Quisiera llegaros gota a gota a todos.
Por fin le dieron la espalda:
ahora todos se dirigían a mí
sin salir de plano.
Pero entonces ya estábamos rodeados, ambos,
de Rinocerontes.
Ora pro nobis.
ts hidalgo (46), economista y MBA por el IE, poemario publicado: Construction time again, Amargord, 2019. También ha publicado en revistas literarias de veintiocho países en los cinco continentes.