Cómo dosificar la resurrección. Por Nicolás López Pérez
{Francis Picabia, Pandemonio. Trad. de Paula Cifuentes. Barcelona: Malpaso, 2015}
¿Cómo olvidar a Francis Picabia (París, 1879-1953)? O mejor preguntémonos, ¿cómo dejarlo atrás? Aunque ocurra, él no nos deja. Resucita, una y otra vez.
La historia de Caravansérail, la novela que Picabia escribió, tiene dos comienzos. Uno en 1924 y el otro en 1971. Uno en París y el otro en Cannes. Luc-Henri Mercié, junto a Germine Everling, amante de Picabia entre 1916 y 1925, acordaron reunir la correspondencia del polifacético artista para publicarla. Entre los papeles y documentos que se revisaron, un accidente: hojas y hojas mecanografiadas anotados con tinta violeta. En algún lugar, fueron una unidad. En efecto, “Francis Picabia, Caravansérail, con prefacio de Louis Aragon y un retrato del autor por Man Ray, 1924”, constaba en una página de papel amarillo algo desteñido.
En la compilación, Mercié y Everling encontraron el retrato prometido por el fotógrafo estadounidense, pero no el prólogo del poeta francés. En 1973, Mercié le escribe a Aragon para tener noticias de lo prometido. Y este contestó que recién se enteraba de aquel prólogo, nunca pedido por Picabia.
Del título Caravansérail, del francés “caravasar”, una posada para caravanas o un lugar donde hay bulla y una mezcla de todo tipo de personas. La novela fue editada, cincuenta años después de su concepción, en 1974 por Ediciones Belfond en París. Al español, esta obra de Picabia llegó, por primera vez en 1977, de la mano de la casa editorial barcelonesa Laertes y en traducción de María Ángeles Caamaño. Recientemente, las noticias editoriales vienen de Malpaso que, en 2015, en la versión de Paula Cifuentes, publicó la novela con el título Pandemonio y siguiendo el diseño que Belfond utilizó en la segunda edición de 2013. Este es el motivo que convoca a esta escritura.
Del tiempo al archivo, un salto que no se logra. El abismo que empuja al autor de la inedición a ser conocido por un número amplio pero acotado de personas, queda al descubierto y brilla. En las últimas ediciones de 391, comenzó a notarse una animadversión entre los distintos grupos artísticos y literarios en boga, en especial, entre algunos habitués del Café Les Deux Magots. Sin embargo, en una carta del 1° de febrero de 1924, Picabia escribe a André Breton: “Hace ocho meses que escribo cuatro o cinco horas al día y al final no he encontrado nada que decir” (p. 12). Y claro, las artes narrativas que conducen a la pluma en busca del sentido perdido que reconstruye un relato con perspectivas, toman bastante tiempo. Puede no llegar a ningún lugar esa búsqueda. Una lástima, ¿no?
Caravansérail (o Pandemonio) quedó en barbecho. La razón no es precisada por Mercié, encargado de la edición, ni se encuentra en algún documento anexo de aquel entonces. Por lo que la especulación se hace maestra de un secreto a voces: falta de un editor, dudosa calidad del texto o una descarnada y satírica exposición de un ambiente ya tenso. Lo cierto es que Picabia llegó hasta la página 29 corrigiendo y el resto estuvo en manos de Everling.
La novela de Picabia funciona como un documento histórico para estudiar las vanguardias parisinas de los años veinte. De alguna manera, un arte de vivir y morir en los chorreos creativos y los encuentros tan casuales como intencionados. El punto de vista de Picabia tiene un registro lúdico, pero también provocativo. Fiel a su estética, el polifacético dispara, acierta y guarda la bala, borrando cualquier registro. Todo al arbitrio del juez literario más implacable: el tiempo. A la vez, un aliado de la estética picabiana. Recordemos que la suspensión de todo avance del texto por su autor es casi en paralelo a la publicación del Primer Manifiesto Surrealista, cuyo firmante resumió a Pandemonio como una “novela irritante”.
¿Y de qué va la novela? Lejos de categorizarla como una autoficción, las incursiones de Picabia tanto con el verso o con la prosa, suponen un inseparable puente con su calidad de artista visual y un testimonio entre la figuración y metáforas cargadas de humor. La entrega a la noche y a los desplazamientos es sin mesura. Pueden verse escenas en París, en Montecarlo, en salones, restaurantes, hoteles, cenáculos, cabarés y habitaciones; referencias paródicas, exageradas, burlescas y desfiguradas de ese encuentro entre lo real, lo simbólico y lo imaginario.
El primer capítulo es sugerente, se titula “El sucedáneo”, a propósito del joven Claude Lareincay, descrito como joven literato y futuro genio. A lo largo de la narración, se presenta como un personaje recurrente, impertinente e impetuoso, donde encuentra al narrador-protagonista, le lee un trozo de su novela en curso o bien, algún poema de su autoría. Un geniecillo cansón, obstinado y anacrónico. En materia, se escribe: “Era evidente que necesitaba apoyo. Vio que me había resignado, así que se acomodó en el sofá, cogió los papeles esparcidos, los ordenó en una hermosa carpeta azul que llevaba por título El ómnibus y se puso a leer despacio con un tono excesivamente «atiplado»” (p. 17).
En los recovecos de la narración, Picabia problematiza la pertenencia a un círculo o circuito de escritores y a eso que se le llama “carrera literaria”. Después de la lectura privada e insistente de Lareincay que el narrador-protagonista no sabe cómo parar, se lee: “solo el misterio es arte” (p. 19). En esos términos, cómo se desafecta el ego del recién llegado, del aprendiz, del novato, en el cultivo de una obra seria o bien, en el acercamiento a ese vértigo obsesivo que fragua los pedacitos de una fe artística o literaria. Con lo último, quiero decir esa locura de saber lo que se hará en el futuro con los materiales de construcción puestos a la orden de la noche y del torbellino intelectivo que nunca termina.
Pandemonio es una novela de velocidad, pero también un ensayo de ficción sobre la propia vida. O tal vez, se acerca mejor a un antimanifiesto a veces parecido a una sitcom y otras, a una obra rápida en un par de actos. Exteriores, sí, pero los interiores son los preferidos de Picabia. Lo mismo que la noche prefiere al día. En la gestión del tiempo y el espacio, un diálogo artificial entre un tránsito donde las personas y los personajes se dejan llevar. En la narración, hay escenas de un quién es quién en la noche. Rrose Sélavy (y su alter ego), Breton, Aragon, Robert Desnos, Benjamin Péret, Paul Éluard, Blaise Cendrars hacen sus cameos respectivos. Los delirios de la noche son el misterio que es arte. En el capítulo siete se da rienda suelta a una alucinante reunión de personalidades parisinas que provoca efectos secundarios en la acompañante del narrador-protagonista, Rosine Hauteruche. Un convite no apto para los excesos y defectos de la imaginación.
Un recurso interesante e inteligente en Pandemonio está en la incorporación de otros discursos que continúan, pero rompen con el relato lineal. La velocidad de una escena que avanza por medio de otras operaciones de texto. Los extractos y poemas que Lareincay lee, así como también poemas del narrador-protagonista. Textos que encierran una experiencia literaria más allá de una historia que se va tejiendo página a página, sino que cobra vida en un borde desbordado. El poema titulado “Caoba” encierra toda esa fuerza irónica de Picabia, tan solo en el primer verso: “La peor desdicha de la vida es la vida”.
Que el 2021 estemos leyendo a este Picabia novelista no es casualidad. En este siglo, otras ediciones importantes también han visto la luz. Pienso en I Am a Beautiful Monster (The MIT Press, 2007), un epítome de la obra literaria picabiana bajo el subtítulo “poesía, prosa y provocación”. Resucitar es un acto que se dosifica, quizás toda obra es póstuma y todavía nos falta redescubrir algunos pormenores de DADÁ. No nos olvidemos que la posteridad ha permitido ensanchar los géneros referenciales que han posibilitado otros puntos de vista y nuevos modos de leer una arquitectura pensada como ya acabada.
Pandemonio es una edición de lujo, las notas de Mercié dan y quitan sentido a una obra que está próxima a cumplir un siglo, en la antesala de la liberación de Picabia al dominio público (al menos para la mayoría de los países del mundo). Aunque el polifacético decía: “Quién está conmigo, está contra mí”. En cualquier momento, todo da un giro en 180 grados y el mundo queda patas arriba.
Lo imprevisible y lo accidental nos ponen al corriente con otra resurrección: ¡la belleza de la locura! Después de todo, ¿será que la locura es la ausencia de la obra? O Picabia tenía razón, desde otro punto de vista: “La publicidad respecto a un ser vivo no puede durar” (p. 49). Ni la muerte tendría dominio sobre este hermoso e indomable monstruo. El tiempo tendrá que dosificar, otra vez.
Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) ha publicado, entre otros, el objeto de reacción literaria Escombrario (2019), la antología impersonal Tipos de triángulos (2020), el tratado lírico De la naturaleza afectiva de la forma (2020), el libro de poesía Metaliteratura & Co. (2021) y traducciones de poesía en la mediateca La comparecencia infinita. Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Su blog personal es La costura del propio códex.